COVID-19: UN AÑO DE ALARMA
I aniversario del confinamiento por la pandemia
COVID-19: UN AÑO DE ALARMA
I aniversario del confinamiento por la pandemia
ondacero.es
Madrid | 11.03.2021 13:27 (Publicado 11.03.2021 11:54)
Ya ha pasado un año, sí. Un año que nunca quisimos soñar. Un año que dejó las películas, las series y las novelas apocalípticas en meros cuentos del abuelo. La distopía se convirtió en pesadilla; la pesadilla, al despertar, en realidad.
La vida tal y como la conocíamos hace un año se fue a negro. El desahogo con el que vivíamos se llenó de ataúdes que impidieron ver el sol. En un día, el 14 de marzo, la vida nos cambió a todos de golpe. Y tras el golpe, comenzaron los cambios que nos han traído hasta aquí un año después.
Ya nada (o casi nada) es igual a como era hace justo un año. La política, la economía, la ciencia, la sanidad, el empleo, la cultura, el deporte, las relaciones internacionales o la educación han experimentado extraordinarias metamorfosis para adaptarse a la convivencia con el virus mortífero que ha segado -y lo sigue haciendo- centenares de miles de vidas a lo largo y ancho del Planeta.
Los jefes de Área y los redactores especializados de Onda Cero diseccionan cómo han cambiado las cosas a lo largo de los últimos 12 meses, trazando una radiografía en movimiento que recorre la mayor metamorfosis social, cultural y política de nuestras vidas.
Un año de pandemia en lo político. Un año de pandemia en el Gobierno traducido en la historia política de las improvisaciones, cambios de criterio, negociaciones, imposiciones de una parte del Ejecutivo a la otra y también decisiones acertadas, como los Estados de alarma pactados con todos en un principio para terminar, luego, acordando -eso sí- con los mismos, que apoyaron la investidura de Sanchez (PNV, ERC, BNG y Bildu).
El Gobierno ha pasado en este año del mando único a la cogobernanza. De tener todas las competencias a dejarla las competencias a las comunidades autónomas para repartir responsabilidades.
Las tres primeras prorrogas del estado de alarma tuvieron un gran consenso. La Oposición apoyó sin fisuras al principio. VOX votó sí en el primer estado de alarma. El PP votó si las tres primeras prorrogas y se abstuvo en la cuarta. Mas tarde, según los populares, los decretos-ley que se aprobaban en el Consejo de Ministros se aprovechaban también para oras cosas que no tenían nada que ver, como para nombrar a Iglesias en el órgano de gobierno del CNI.
La cogobernanza de segunda y tercera ola desenterró el hacha de guerra entre comunidades autónomas, del Gobierno contra Madrid, de Madrid contra el Gobierno, de comunidades de un color frente a comunidades de otro. Hasta que la cruel realidad de la incidencia acumulada se imponía, y ratificaba aquello de que el virus no tiene color político…Y cuando una comunidad sacaba pecho por su baja infección y acusaba a otra, a la semana siguiente esa comunidad batía todos los récords de infectados y se arrepentía de sus palabras.
Y así hasta el día de hoy…
Un año de pandemia que coincide, en cualquier caso, con un año de Gobierno de Sánchez e Iglesias. Y donde todo aquello que algunos pensaban que no podía ocurrir ha ocurrido.
Nadie podía pensar que Pablo Iglesias fuera vicepresidente del Gobierno y con cargo en el CNI A algunos incluso le quitaba el sueño, como al propio Pedro Sanchez.
Nadie podía pensar que una legislatura descansara en Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
Nadie podía pensar en un pacto con Bildu para gobernar en Navarra. Ni en un pacto con Bildu en España para derogar la reforma laboral o aprobar los Presupuestos Generales del Estado.
Nadie podría pensar que se diera una cifra de fallecidos distorsionada en la mayor crisis sanitaria de la historia.
Nadie podía imaginar que en ocasiones se filtraran las preguntas en las ruedas de prensa en Moncloa. Ni que se cesará a un guardia civil por no querer filtrar informes judiciales.
Comienza ahora la etapa de la vacunación y la recuperación, pero el panorama político sigue dividido, haciendo una sociedad más polarizada donde se politiza absolutamente todo.
El año de la pandemia ha hecho que prestemos atención a países que habitualmente no ocupan portadas ni los primeros minutos de los informativos, como Corea del Sur y Singapur, paradigma de la lucha tecnológica contra el virus en los primeros momentos de la pandemia.
Y Nueva Zelanda lo combatió con aplicando un confinamiento severo temprano, con tanto éxito, también en lo político, que la primera ministra Jacinda Arden fue reelegida en octubre con una rotunda mayoría.
En cualquier caso, si hablamos de elecciones, ya se sabe que el año de la pandemia ha sido también el del vuelco electoral en la Casa Blanca, en el que hemos vuelto a ver cosas que no hubiéramos creído… si bien en este caso no es por efecto del Covid sino de otros virus, de índole más ideológica.
La insistencia de Trump en que hubo fraude electoral, algo que sigue manteniendo, llegó a provocar el asalto al Capitolio y ha hecho correr como un cáncer, haciendo metástasis -en palabras del propio director del FBI-, las posturas extremistas que alimentan el terrorismo doméstico.
Mientras, el recién llegado a la presidencia Joe Biden marca distancias con Arabia Saudí, el aliado tradicional con el que se han enrarecido las relaciones al hilo del informe que implica directamente al heredero saudí en el asesinato del periodista Jamal Kashoggi, al tiempo que trata de recomponer relaciones con China y con Irán.
Con Rusia, el intento de envenenar al opositor Navalny atribuido al Kremling ha complicado muchos el horizonte de entendimiento con ese país por parte de EE. UU. y de la UE en un año en el que, además, la diplomacia, como otros muchos trabajos, se está haciendo en buena parte a distancia. Diplomacia por zoom, dicen los expertos, lo que hace que muchos procesos se dilaten, como ha pasado con el Brexit.
Hace un año, el Reino Unido estaba a punto de marcharse de la Unión Europea, pero aún en un periodo de transición que, en teoría, debería haber servido para cerrar muchos de los cabos que aún hay sueltos en la futura relación… Qué pasará con los intercambios financieros a uno y otro lado del Canal de La Mancha, por ejemplo, es algo que todavía no se ha resuelto, por no hablar de las dificultades que está habiendo en los controles sobre las mercancías en Irlanda del Norte, con amenazas incluidas al personal de aduanas, que vuelven a agitar los fantasmas de la violencia en el Ulster.
Nunca en la historia reciente una pandemia ha golpeado con tanta dureza a la economía mundial. Ni siquiera la gripe del 18. En esta ocasión la globalización y las conexiones internacionales han acelerado las transmisiones y también los efectos de la recesión.
La crisis es global, pero daña con más intensidad a los países con una economía más centrada en el sector servicios, en la economía de las relaciones personales, como ha sido el caso de España.
De los grandes países de la Unión Europea el que más contrajo su PIB en 2020, un 11% abajo. Nunca en tiempos de paz ha habido una recesión semejante. Pero nunca antes se cerraron negocios, ni se paralizaron las fábricas, ni se suspendieron actividades como en la primavera del 2020 por la primera ola de la Covid.
A destacar el esfuerzo de la distribución, logística e industria agroalimentaria para mantener las tiendas surtidas. También a resaltar la rápida digitalización de la economía. Las oficinas se trasladaron a las casas.
Las restricciones y las limitaciones al movimiento han golpeado con especial intensidad al turismo, a la hostelería y a las actividades culturales. Los cines están en blanco. El turismo ha perdido el 90% de sus clientes. Y la mitad de los trabajadores en ERTES son de la hostelería.
Tienen sus esperanzas puestas en la vacuna y en el pasaporte Covid. En este primer trimestre del 2021 siguen las caídas del PIB pero los datos adelantados muestran que el optimismo se abre paso, entre las empresas está al nivel más alto desde 2018 y es que, según las últimas encuestas, más de la mitad de las empresas creen que habrá un incremento de actividad en los próximos meses.
Con 4 millones de parados y menos de 19 millones de cotizantes está todo dicho. La pandemia ha arrasado el mercado laboral. Pero la COVID ha sacado del cajón dos herramientas, hasta ahora residuales que han logrado minimizar el golpe.
La primera es los ERTE. Nos han costado unos 5000 millones de euros al mes, pero han conseguido salvar mucho empleo. Más del 80 por ciento de los afectados por ERTE han regresado a su puesto, aunque es una incógnita que sucederá con las 900.000 personas que siguen en esa situación. De hecho, el propio gobierno reconoce que, a estas alturas de la crisis, este mecanismo de protección por sí solo ya no basta, porque muchas empresas están aguantado el tirón gracias a ello, pero otras, más de 100.000, han echado la persiana para siempre.
La segunda herramienta ha sido el teletrabajoLa segunda herramienta ha sido el teletrabajo. Antes de la pandemia lo practicaban el cinco por ciento de los trabajadores, ahora el 35 por ciento. Su irrupción, para esquivar el contagio, incluso precipitó la aprobación de la ley, pionera en la materia. Pero no todo son ventajas. A la flexibilidad horaria para el empleado y la ganancia de productividad para el empresario, se suman los problemas para separar vida personal y profesional o el síndrome del trabajador burbuja. Falto de motivación y con una sensación permanente de aislamiento. Según un estudio de Llorente y Cuenca hacen falta nuevos jefes que entiendan esto y cambien su forma de gestionar equipos.
La Educación es una de las grandes damnificadas por la pandemia. Nos enfrentamos, probablemente, al curso escolar más extraño de la historia reciente, pero -de alguna manera- hemos sabido reinventarnos.
El final del curso pasado y el principio de este están siendo convulsos. Recordemos que los chavales se pasaron seis meses sin clases presenciales, que tuvieron que acostumbrarse después a las clases virtuales, a las mascarillas, a la distancia. Adoptaron incluso un nuevo concepto de recreo y han sido capaces de normalizar hasta las cuarentenas. Ellos están siendo un ejemplo.
Un ejemplo también el de los docentes, que enfrentándose a lo desconocido han sabido reinventarse, con métodos nuevos de aprendizaje y unas cuantas horas extra.
La incidencia en los colegios e institutos está siendo relativamente baja, con menos de un 2% de las aulas confinadas desde que comenzó el curso.
Eso sí, no se están haciendo cribados masivos, que es lo que pedían los sindicatos de los trabajadores de la enseñanza, sobre todo para detectar a los asintomáticos y evitar nuevos brotes; pero bueno, de momento no está funcionando mal y los colegios se mantienen en el 98% sin incidencias.
Nos hemos dado cuenta de la importancia de que los colegios sigan abiertos. Cuando empezó esta pandemia, los colegios fueron los primeros en suspender las actividades presenciales; y cuando estamos inmersos en la tercera ola, se mantienen firmes.
Aún así, es inevitable la incertidumbre de los padres, de los profesores, de todo el personal de los centros y de los propios alumnos, que, en función de la edad y a partir de la ESO, algunos reconocen que no les está ayudando esta fórmula híbrida de aprendizaje; lo ven como un obstáculo más en su camino. De ahí que se haya multiplicado la búsqueda de clases particulares de refuerzo.
La pandemia nos ha enseñado que hay que cuidar de nuestros profesores, que a su vez cuidan de nuestros niños. Se calcula que un 10% de los profesores está de baja por coronavirus, y no está de más que se les incluya en el decreto del Gobierno que reconoce el Covid como enfermedad profesional a los sanitarios. Eso es lo que piden.
Y, a todo esto, en plena pandemia estrenamos ley educativa, la LOMLOE, la octava en democracia, que acaba de ver la luz no con pocas críticas. Entre otras cosas, las prisas por aprobarla en plena pandemia y la falta de consenso con algunos sectores de la comunidad educativa, como, por ejemplo, con la escuela concertada.
Un año en el que hemos visto pasar la vida a golpe de Covid. Qué lejos nos quedaba Wuhan, nos quedaba China, cuando los científicos nos hablaban del coronavirus; pero en un mundo globalizado era cuestión de días, de semanas que ese virus que confinó por primera vez a una ciudad de once millones de habitantes saltara a Europa.
El escepticismo de un principio, ese “a mí no me va a pasar”, se tradujo en miedo (porque hemos pasado y seguimos pasando mucho miedo), pero es cierto de que el temor nos mantiene en alerta.
Hemos aprendido todos, científico, políticos ciudadanos, a golpe de errores y de medias verdades. Del “serán casos aislados” a ser el país de Europa que llegó a tener más casos; de las mascarillas sólo para los profesionales a “no salgan sin ella”; del “no viajen a países afectados” al “enciérrense en sus casas”.
La Covid, nombre con el que la OMS bautizó al coronavirus para no estigmatizar a China, se extendió como una mancha silenciosa. Ha bloqueado nuestros hospitales en numerosas ocasiones, ha saturado las UCI, ha desbordado las morgues. Hemos aprendido a analizar incidencias, a valorar la positividad, a identificar variantes e, incluso, a interpretar la científica ‘r’ de una pandemia.
Pero, lamentablemente, no todos hemos aprendido a cuidarnos a nosotros mismos para cuidar a los demás. Y lo peor: hemos normalizado las muertes.
La lucha contra la Covid ha sacado lo mejor de los profesionales sanitarios, a los que durante meses España entera aplaudía a las ocho de la tarde Son profesionales que también tienen sus quejas y también están agotados y mal remunerados.
Pero ha dejado en la estacada daños colaterales, enfermedades sin tratar, diagnósticos tardíos y retrasos en los tratamientos, porque no todo es Covid.
Un año después hemos aprendido a descifrar estadísticas, pero se nos olvida que detrás de las cifras hay personas.
La fatiga pandémica de la que nos hablan los epidemiólogos nos deja irresponsables que se saltan las normas, a jetas que organizan fiestas ilegales, pero también a ciudadanos que quieren salir de ésta, porque además de las vacunas (ojo, qué reto científico haberlas conseguido en un solo año) está la responsabilidad individual.
En un año hemos cambiado de ministro. El ministro filósofo, Salvador Illa, que asumió la mayor crisis sanitaria del siglo, con su inseparable Fernando Simón; y que nos dejan todavía muchísimas incógnitas. La principal, los muertos. ¿Cuántos han caído en esta pandemia? Decenas de miles… y los ciudadanos nos merecemos que un día nos den la cifra exacta.
La pandemia de Covid ha supuesto desde el punto de vista científico un hito sin precedentes. Nunca antes se había trabajado tan rápido y con tanta colaboración.
Desde el primer momento en el que se intuyó la magnitud de la crisis, las empresas farmacéuticas, en alianza con universidades, con centros de investigación, empezaron a desarrollar proyectos de vacuna. Del mismo modo en los hospitales, como se trataba de una situación de emergencia, se utilizaba todo el arsenal terapéutico para ver si algún medicamento funcionaba con los enfermos.
No es usual que en mundo farmacéutico haya una colaboración entre empresas como la que se produjo durante los primeros meses. Ya después, cuando la investigación estuvo más avanzada, los caminos empezaron a separarse, pero, aún así, las farmacéuticas han trabajado a un ritmo nunca antes visto.
El resultado de esto es que, apenas un año después de la aparición el coronavirus en nuestras vidas, tenemos en el mercado las primeras vacunas y ya hay millones de personas inmunizadas en todo el mundo.
Otra de las novedades es la irrupción de un tipo de vacuna muy novedosa, llamada de ‘ARN Mensajero’, y que se basa en la creación de partículas muy pequeñas, nanopartículas, en las que se incorpora material génico La vacuna contra la Covid-19 ya está en España: Llegan las primeras dosis que se comenzarán a suministrar este domingodel virus, que se libera dentro de la célula haciendo reaccionar a nuestro sistema inmunológico.
Hay dos empresas, Pfizer y Moderna que se basan en esta tecnología. Las demás utilizan un vector viral, un adenovirus, en el que insertan el gen de una de las proteínas del coronavirus para que llegue a nuestras células y las enseñe a fabricar anticuerpos, y así reconocer la amenaza si hay infección.
Se han podido sacar al mercado estos compuestos por varias razones. Primero porque se basan en tecnología que ya estaba probada previamente con otros virus. Incluso las de ARN Mensajero llevan una década trabajando en este método en busca de una vacuna contra el cáncer.
Pero es que, además, los organismos reguladores (La FDA americana, la Agencia Europea del Medicamento, por ejemplo) han acelerado los plazos de aprobación, permitiendo revisiones continuas de los resultados que han ido dando las distintas fases de los ensayos clínicos; y cuando se solicita la autorización comercial para ponerlo a la venta, lo están haciendo en un contexto de emergencia pandémica, lo que agiliza aún más esos plazos.
¿Y qué nos queda por delante? Pues en Europa tenemos ya aprobadas tres vacunas, hay otras tres en cartera para los próximos meses (llegarán entre abril y mayo) También se está dispensando en otros lugares del mundo una vacuna rusa y otra china.
Porque, al final, lo más importante es que la inmunización llegue a cada rincón del planeta, porque la emergencia es global. Por eso la Organización Mundial de la Salud está insistiendo mucho en que el mundo desarrollado no se olvide del que no lo está; y afea que el 60% de las vacunas estén siendo destinadas para solo el 16% de la población mundial.
Sin duda el mundo de la cultura ha sido uno de los ámbitos donde más ha afectado la pandemia, debido a las restricciones de movilidad que han impedido -o limitado, en la mejor de las opciones- el acceso a las salas de teatro, de cine o de conciertos.
Afortunadamente, después del confinamiento duro de la pasada primavera, las comunidades ya pudieron ir abriendo los teatros, las salas con aforos máximos. Por ejemplo, se estrenó ‘La Traviata’ en el Teatro Real con un 50% del público, y los artistas en el escenario (algo muy curioso), divididos por unas cuadrículas rojas que no podían en ningún caso traspasar. Tuvo problemas el teatro: recordemos una fuerte protesta en las localidades del llamado paraíso porque el público consideró que estaba demasiado junto. Luego se subsanó. También estrenó al poco tiempo el Teatro del Liceo de Barcelona.
La peor parte se la han llevado los espectáculos de música en vivo y los eventos. Estos trabajadores, recordemos, se unieron en la plataforma Alerta Roja.
De las ayudas que ha dado el Ministerio, las que llaman la atención son las que se otorgaron al personal de la tauromaquia; pero ojo, sólo para cuadrillas y subalternos, pero no para los toreros.
El cine, desde luego, ha estado muy afectado por la pandemia, sobre todo las salas. Y, además, el anuncio de las películas nominadas a los Goya, la presentación del Goya de Honor a Ángela Molina o, incluso, la celebración de la ceremonia, se diseñaron para poder ser seguidos de forma telemática.
Lo que sí han subido mucho son los estrenos de cine en plataformas y el consumo de cine en televisión.
El sector de los libros también se vio perjudicado. Los editores reclamaron ayudas al Ministerio de Cultura, que bajó el IVA para los libros electrónicos al 4%. En este sentido, hay que decir que la lectura on line se ha incrementado en los hogares españoles como consecuencia del confinamiento. También se programaron ayudas especiales para las librerías. Las de barrio, especialmente, tuvieron que agudizar el ingenio para servir los libros, incluso, a domicilio.
En cualquier caso, las ayudas al libro se han considerado insuficientes por parte del sector.
Un año olímpico sin Juegos; un año de Eurocopa sin fútbol; una Liga ganada y celebrada en una ciudad deportiva; una Copa del Rey con finalistas pero sin final; la Champions en sede única desde los cuartos de final; Roland Garros en manga larga y a cubierto; la NBA encerrada en Walt Disney; una Euroliga que nunca terminó; un mes de julio sin Tour, comenzó en agosto y terminó en septiembre, y la Vuelta en noviembre y en convivencia durante una semana con el Giro de Italia; Fórmula Uno y MotoGp con denominaciones insólitas – Gran Premio de Estiria- para maquillar la repetición de carreras en el mismo circuito una semana después.
Resumen: el deporte, un año después, ha sobrevivido porque la imaginación y la cabezonería de los dirigentes y patrocinadores así lo han querido. Y porque los deportistas han aceptado, unos mejor que otros, las nuevas condiciones. Pérdidas millonarias y de rebajas salariales.
Otra cosa es que a este deporte le falte el alma. Sin espectadores no hay pasión. En Australia, durante el Open de tenis, vimos gradas con público y ya nos parecía algo de ciencia ficción. Y, es España, acabamos de cumplir un año sin aficionados en los grandes eventos.
Nos hemos acostumbrado al gallinero vacío; a los ambientes virtuales; a la grada utilizada como banquillo de suplentes; a puertas cerradas; a hoteles burbuja; a los entrenamientos en grupos reducidos y a las suspensiones al momento; a los calendarios con partidos aplazados; a las bajas por lesión, por sanción y por baja médica por determinar; a los protocolos de unos y otros.
En definitiva, a pensar que no debería haber abrazos por un gol ni choque de mano tras canasta. Mejor si no gritas, mejor si no animas.
Así que estamos en marzo 2021 con los Juegos del 20 todavía en el aire y si se celebran veremos en qué formato y en qué condiciones; con la Eurocopa multisede porque la UEFA insiste en qué será así, aunque España en este momento no deje entrar a equipos británicos a jugar la Champions; con la final de Copa del 20 prevista para trece días antes que la de 21 y con todo preparado y estudiado para llegar al final si, nuevo tópico aplicado al deporte, la situación lo permite.
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