El murmullo ha derivado en noticia. Toni Kroos, un jugadorazo de época, abandona el Real Madrid y deja el fútbol. Ya cuenta los días para su despedida: el último partido de Liga con el Real Madrid, la final de la Copa de Europa en Wembley y su participación con la selección alemana en la Eurocopa, que se disputará en su país.
Su decisión privará al Real Madrid de un jugador extraordinario y muy particular, la clase de futbolista cada vez menos frecuente. No hay nada excepcional en sus recursos físicos. En un tiempo de atletas centelleantes, a Kroos no le distingue la velocidad, rara vez regatea y su trote tiene una cadencia monorrítmica.
En el Madrid de los Vinicius, Bellingham, Valverde, Camavinga, Rodrygo, Rudiger y compañía, Kroos ha sido el artista de la calma, el control, el pase y la dirección artística. En su cabeza, el fútbol es una construcción metódica, una rama evidente de la arquitectura, donde las piezas encajan a través del orden, la precisión, los perfiles y el ajuste colectivo.
Menotti solía decir que muchas veces los equipos juegan con el frigorífico en el retrete, el sofá en la cocina y la cama en el pasillo. Kroos siempre se ha empeñado en que cada cosa esté en su sitio, de la manera más reluciente y exquisita. Para conseguirlo se ha inventado un espacio propio, el espacio Kroos, un territorio acotado a la derecha de su lateral izquierdo, a la izquierda del medio centro y levemente por detrás de la raya media del campo. Desde ahí, ha dirigido las operaciones del Real Madrid durante los últimos 10 años, con un éxito sensacional. La sociedad que formó con Modric y Casemiro figura entre las mejores líneas de centrocampistas que se recuerdan en el fútbol.
Los prodigios de Kroos siempre han estado relacionados con su magistral uso de la pelota y de una sutil sabiduría. Siempre bien perfilado para recibir y pasar, para calcular distancias y remates, para anticipar las jugadas uno o dos movimientos antes que los demás, Kroos es uno de los jugadores más cartesianos que ha visto la historia del fútbol. Digamos que Kroos es la lógica con botas.
Ha ganado todo en el fútbol, con el Bayern, con la selección alemana y el Real Madrid, donde ha establecido la pauta del juego con su privilegiada cabeza y dos pies de oro. El aprecio de la hinchada ha sido creciente, hasta transformarse en adoración popular. Se va Kroos y su ausencia produce un inquietante vacío en este equipo joven, de formidables atletas, beneficiados hasta ahora por la sabia, tranquila y elegante conducción de un futbolista único, maravilloso.