Rubiales llegó a Madrid tres días antes de lo previsto, fue detenido por la Guardia Civil y puesto en libertad, pero en condición de imputado por la presunta trama de corrupción en la Federación Española.
La detención estaba prevista y es llamativa, pero lo importante es lo que ocurre detrás de la foto del ex presidente del fútbol español y de su espesa red de colaboradores en un sistema viciado hasta el hueso, proclive a los negocios turbios, a aprovechar las posibilidades que ofrece el fútbol para engañar, trapichear, enriquecerse y gestionar a la palermitana un inmenso negocio con toda clase vertientes económicas, políticas y hasta jurídicas.
Un negocio afectado por los intereses del gobierno, de éste y de todos los anteriores; de la Federación, que clama por una autonomía que generalmente utiliza para ocultar la codicia y las malas artes de sus dirigentes; o de algunos órganos jurisdiccionales, como el Tribunal de Arbitraje del Deporte, que se han desacreditado en los últimos años tanto como la propia Federación Española de Fútbol.
Algunos de los principales sospechosos en el escándalo pertenecieron al TAD, con el que todavía mantienen canales de información y relación, según lo que se desprende del sumario que se acaba de conocer.
Personajes hasta cuatro días desconocidos para el gran público -Tomás González Cueto, Andreu Camps, Pedro González Segura y el tal Nene, amigo del alma de Rubiales- se han convertido en sospechosos de pertenecer a una trama que tiene un aspecto inmundo.
Cobros bajo cuerda, sociedades interpuestas, despachos de abogados que disparan sus beneficios y sacan ventaja de sus exclusivas relaciones con el clan Rubiales, comisionistas como Gerard Piqué -jugador del Barça, propietario del Andorra y negociador del contrato que ha llevado la Supercopa de España a Arabia Saudi-, ex secretarios de Estado que toleraron y alentaron este modelo infame permitiendo que vivarachos como Pedro Rocha -actual presidente de la Federación, colaborador estrecho de Rubiales y sucesor designado por este- pretendan eternizarse en el cargo, sostenidos por la red clientelar de presidentes de las federaciones territoriales, que cambiaron la chaqueta de Villar por la de Rubiales a cambio de seguir mangoneando a sus anchas.
La foto es la de Rubiales entrando en un furgón de la Guardia Civil en el aeropuerto de Madrid. Detrás de la foto, los mercaderes del templo, anegado de caraduras y sanguijuelas. Dice todo de este entramado que sólo la FIFA, a la que esta vez el gobierno ha pedido un amparo clamoroso, sea capaz de romper esta madeja.
Hace unos meses, cuando nadie intervenía en España, la FIFA acabó con Rubiales. Veremos qué piensa de esta náusea.