Los Juegos Olímpicos acaban para la delegación española. Río de Janeiro se despide con unas sensaciones que han ido de menos a más. Tardó en llegar, pero Mireia Belmonte logró la primera presea para España, una medalla que señaló el camino al resto.
Después llegaron la del tenis en dobles, el bronce de Lydia Valentín, el oro de Chourraut... Las medallas caían y caían mientras atletas escribían páginas históricas de los Juegos de Río de Janeiro.
Michael Phelps superaba a Leónidas de Rodas, volvía a competir al máximo nivel y se alejaba de sus sombras. Usain Bolt reinaba en la velocidad una vez más, el triple-triple, todo oro, no le vale otro metal. Simone Biles no hacía un ejercicio mal, 19 años para fallar sólo en lo alto de la barra, Ledecky nadaba contra ella misma y su historia por escribir.
Lochte y varios nadadores estadounidenses tapaban una borrachera inventándose que habían sido asaltados. Los días pasaban y las experiencias se iban acumulando. Bruno Hortelano nos hizo soñar con una final con los más rápidos del planeta, Sete Benavides se quedó a 21 milésimas de una medalla... No, no todo son alegrías en unos Juegos Olímpicos.
'Chuso' García Bragado hacía historia, siete Juegos a sus espaldas, récord y quedándo entre los 20 primeros, todo un ejemplo. Porque los Juegos también son despedidas, como la de la selección argentina de baloncesto, como la de Tony Parker y su Francia, como la 'ÑBA' después de su bronce. Nadie les baja del podio.
Pero los Juegos, por encima de todo, han sido historia. Historia para el bádminton y para Carolina Marín, un diamante en el desierto que ha sido oro en un deporte dominado por Asia. Historia para el baloncesto, con las chicas de Lucas Mondelo aguantando a una Estados Unidos de leyenda, consiguiendo una plata que no sabía a plata.
Historia para Ruth Beitia, que con 37 años nos enseñó que el ser humano no tiene límites, que nos enseñó que nunca es tarde para cumplir tus sueños. Historia por Rafa Nadal, que quedó cuarto, pero fue el primero en los corazones de todos por su garra y corazón, por levantarse siempre que cae.
El piragüismo dejó dos oros gracias a Michael Cooper Walz, el gran descubrimiento de la delegación española, y a la pareja Craviotto-Toro, la potencia y el arte de remontar y de luchar hasta la última palada. Porque esos son los Juegos, eso es el deporte, seguir hasta que suene el pitido final. Como lucharon Eva Calvo y Joel González, plata y bronce en taekwondo, como luchó Jesús Tortosa por un bronce que se le escapó en el Golden Point.
Historia también de Orlando Ortega, el cubano que llegó a España para dejar su huella y que la dejó saltando vallas. Historia de Carlos Coloma, que ganó "con dos coj...." cuando nadie contaba con él. Historia de Chourraut, puro dominio en las aguas bravas, un referente en San Sebastián.
Y así se despiden los Juegos de Río. Con mil historias que contar y que fueron contadas. Con atletas que celebran sus derrotas yéndose al McDonald's, con otros que disfrutan en todos los sentidos de la experiencia olímpica, con dioses desterrados y promesas que irrumpen sin previo aviso.
Porque los Juegos son eso. Valores, emoción, trabajo, dedicación, sueños, cuatro años de sacrificios que se juntan y que buscan la gloria eterna, la realización personal. España se va con 17 medallas, 7 oros, 4 platas y 6 bronces, una de sus mejores cosechas desde Barcelona '92.
Los Juegos se despiden hasta 2020, cuando Tokio cogerá el testigo para que estas historias vuelvan a aparecer, para que unas leyendas acaben y otras empiecen. Para que volvamos a emocionarnos con unas historias que merecerán ser contadas.