La resurrección de Donald Trump en los dos años transcurridos desde que anunció que volvía por tercera vez a ser aspirante a la Casa Blanca deberá ser estudiada en las universidades.
En ese 15 de noviembre del 2022 casi nadie le tomó en serio y el diario The New York Post, su favorito y al que había utilizado durante décadas para presumir de sus éxitos con las mujeres, le enfureció porque un día después colocó su anuncio de su nueva candidatura en la página 26.
El expresidente estaba despreciado por su partido republicano y se enfrentaba a 34 cargos por distintos delitos, incluido el de encabezar una insurrección para evitar entregar las llaves de la Casa Blanca a Joe Biden el 6 de enero del 2021. A su favor, contaba con sus seguidores del movimiento MAGA del Make America Great Again y con los inmigrantes que entraban sin control por la frontera con Méjico para lanzar contra ellos sus insultos.
En este tiempo, el candidato Trump ha sufrido dos atentados fallidos, el Tribunal Supremo le ha reconocido inmunidad casi absoluta de su tiempo como presidente, le han encontrado culpable de pagar dinero a una actriz porno, Stormy Daniels, para esconder una noche de pasión que tuvo con ella, ha debido rogar a un amigo que le prestara dinero en metálico para apelar una sentencia de cerca de 500 millones de dólares en Nueva York por inflar el valor de sus apartamentos, campos de golf y hoteles y ha visto como le han cambiado de rival después de la lamentable noche de finales de junio de este año en la que Biden se derritió en un debate como candidato electoral.
Hasta julio pasado Kamala Harris había vivido aislada y en un segundo plano en el 1600 de Pennsylvania Avenue solo utilizada para hablar del aborto, palabra que Biden no se ha atrevido a pronunciar en sus cuatro años como presidente, y para visitar países de Centroamérica y ofrecerlos dinero para que no mandaran a sus hombres, mujeres y niños a cruzar la frontera con Méjico y dar argumentos a los republicanos y a Trump de que la nación está invadida por parásitos, sabandijas y delincuentes que ensucian la sangre de los norteamericanos.
Nadie podía imaginarse que en tres meses y medio la vicepresidenta haya sido capaz de hacer una campaña presidencial casi perfecta, recaudar 1000 millones de dólares en donaciones, la mayoría menores de 20 dólares, y con su mensaje de optimismo y de pasar la página colocarse a unos miles de votos de vencer al hombre más popular del mundo. Y cerca de hacer añicos ese techo de cristal, que Hillary Clinton no pudo romper hace ocho años y convertirse en la primera mujer, negra y con sangre de la India, en 248 años de historia de Estado Unidos en ser llamada Madam President.
Aquí a los demócratas se les reconoce por hacerse pipí en el pañal, la expresión que se utiliza en cada elección presidencial para reflejar su desencanto cuando hay una encuesta en la que no ganan, pierden terreno o sus números no son los que esperaban. Y eso ha ocurrido durante buena parte del mes de octubre.
Hoy los demócratas se sienten muy contentos por la manera en la que algunos sondeos reflejan que los votantes que han tomado una decisión en los últimos días se inclinan mayoritariamente, en especial las mujeres, a favor de su candidata.
Los votantes que decidirán el ganador son los conocidos como los feel voters, los que anoche durante la cena o esta mañana en su vehículo camino a su colegio electoral han tomado la decisión por su feeling, por la manera en la que han visto a los aspirantes en los últimos días y la forma en la que se sienten al escucharlos.
Y el mensaje no puede ser más opuesto. Trump en un larguísimo mitin que terminó pasadas las dos de la madrugada en Grand Rapids, en Michigan comenzó sus palabras como le han rogado sus asesores durante semanas: “Hoy, el 5 de noviembre, el día más importante en la historia de Estados Unidos, me gustaría comenzar preguntándoles algo muy simple: ¿Están ustedes hoy mejor que hace cuatro años. Cuatro años de Kamala no han producido más que un desastre económico para los trabajadores norteamericanos.”
Pero luego desvariar, insultar y poner en duda la inteligencia de su rival y atacar a los demócratas, en especial a Nancy Pelosi, la presidenta emérita de la Cámara de Representantes. “Es una choriza, es una mala persona, es el demonio, está enferma y loca. Le llamaría una palabra que comienza con b, pero no la quiero decir…”, señaló.
Harris cree que tiene el momentum a sus espaldas, esa ola en la que se ve subida desde hace unos días gracias a que ha utilizado el dinero que ha recaudado para movilizar a millones de sus seguidores para que vayan, casa por casa, pidiendo el voto, convenciendo a los indecisos de que quiere pasar página porque el electorado está cansado de 9 años de Trump, al que no ha nombrado en las últimas 24 horas.
“No vamos a regresar al pasado, no lo haremos. La nuestra es una pelea por el futuro y por la libertad, incluida la libertad más importante: El derecho de una mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo sin que el gobierno le diga lo que tiene que hacer,” afirmó ayer a última hora de la noche en Pennsylvania, un estado que ha visitado en 18 ocasiones desde julio y donde sus partidarios han golpeado en la puerta de sus vecinos cinco millones de veces. Y el ground game, el pisar calle, gana las elecciones.
Golpe a golpe, puerta a puerta, para llegar a la puerta y la dirección que Harris más desea: el 1600 de Pennsylvania Avenue, en Washington DC.