Un lema común en el discurso electoral, utilizado ampliamente por muchos líderes políticos, es que en la democracia "cada voto cuenta". Sin embargo, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, este principio no siempre se cumple. En ocasiones, el candidato que recibe más votos populares no es el que llega a la Casa Blanca.
Este fenómeno se origina en el funcionamiento del Colegio Electoral, un sistema diseñado para equilibrar el poder entre los diferentes estados de la unión. Sin embargo, a pesar de su intención original, este mecanismo ha suscitado confusión y frustración entre los votantes. Te ofrecemos un análisis completo del sistema electoral del país y sus implicaciones para la democracia estadounidense.
La historia detrás del Colegio Electoral
El sistema del Colegio Electoral se concibió en el marco de la Constitución de Estados Unidos de 1787, en un momento histórico en el que la idea de una votación popular a nivel nacional se consideraba impracticable debido a la vasta extensión geográfica del país y la falta de medios de comunicación confiables.
En una nación con gran diversidad regional y un sistema político incipiente, la implementación de una elección nacional directa planteaba desafíos logísticos significativos. Los arquitectos de la Constitución (George Washington, James Madison, Alexander Hamilton, Benjamin Franklin, Roger Sherman, Gouverneur Morris y John Dickinson), buscaban un equilibrio entre las aspiraciones democráticas de algunos, que abogaban por un sistema basado en el voto directo de los ciudadanos, y aquellos que preferían un modelo de elección más indirecto, controlado por electores seleccionados, que pudieran actuar como intermediarios entre el pueblo y el gobierno.
Además de los desafíos logísticos, el diseño del Colegio Electoral respondió también a la necesidad de lograr un equilibrio de poder entre los estados. Los delegados de la Convención Constitucional se enfrentaban a una nación dividida, en la que los estados del sur y del norte tenían intereses muy distintos.
En el sur, donde la economía dependía en gran medida de la esclavitud, existía una gran proporción de habitantes que no tenían derecho al voto. Para satisfacer a estos estados y garantizar su adhesión al nuevo sistema federal, se optó por una fórmula de representación que, mediante la llamada "cláusula de los tres quintos", permitía contar a los esclavos como tres quintas partes de una persona para fines de representación en el Congreso.
Esta disposición influyó directamente en el número de electores asignados a cada estado, lo que otorgaba a los estados del sur una influencia desproporcionada en la elección presidencial, aun cuando una parte significativa de su población no tenía voz en el proceso.
El Colegio Electoral fue, entonces, una solución de compromiso que pretendía conciliar distintos intereses y hacer viable la elección de un presidente en un país extenso, con profundas divisiones sociales y regionales. Sin embargo, esta estructura, concebida para resolver los dilemas políticos del siglo XVIII, sigue generando debate en la actualidad, ya que plantea interrogantes sobre la representatividad y la justicia en el sistema electoral estadounidense.
¿Cómo funciona el Colegio Electoral?
En Estados Unidos, el proceso electoral no funciona como un simple referéndum nacional. Por el contrario, se basa en un sistema complejo en el que el país se divide en 50 distritos electorales, correspondientes a cada estado. Cada uno de estos estados tiene asignado un número específico de votos electorales que depende de su población, sumando un total de 538 votos en todo el país. Para ganar la presidencia, un candidato necesita alcanzar al menos 270 de estos votos.
La asignación de los votos electorales no se realiza de forma proporcional a los votos individuales. En cambio, cada estado cuenta con un número de electores igual a la cantidad de sus representantes en el Congreso, es decir, la suma de sus senadores (dos por estado) y representantes en la Cámara, que varían en función de la población estatal. Esto hace que estados como California, el más poblado, tengan 54 votos electorales, mientras que otros con menor población, como Wyoming, cuenten con solo tres. Este sistema otorga cierta ventaja a los estados pequeños, que reciben una representación proporcionalmente mayor de la que les correspondería según su población total.
Una de las características más distintivas y debatidas de este sistema es la regla de "winner-takes-all" o "el ganador se lleva todo", que aplica en casi todos los estados. Esta norma significa que el candidato que obtiene la mayoría de los votos populares en un estado se lleva la totalidad de sus votos electorales, sin importar el margen de diferencia. Por ejemplo, si un candidato obtiene el 50,1 % de los votos en Texas, recibe los 40 votos electorales de ese estado, dejando a su rival sin ninguno, aunque haya conseguido el 49,9 %.
Maine y Nebraska: las excepciones a la regla del Colegio Electoral
En el intrincado panorama del sistema electoral estadounidense, donde la mayoría de los estados adoptan el sistema de "winner-takes-all", Nebraska y Maine emergen como inusuales exponentes de un enfoque más matizado. Estos dos estados se apartan de la norma al implementar métodos que reflejan más fielmente la diversidad del voto popular.
En Maine, el proceso se caracteriza por un sistema de proporcionalidad que distribuye sus cuatro votos electorales de manera más equitativa. Mientras que los dos electores se asignan al candidato que gana la mayoría de votos a nivel estatal, los otros dos se reparten según los resultados en los distritos congresionales. Esto permite que los votantes de diferentes regiones del estado tengan una representación más precisa en el Colegio Electoral.
Por su parte, en Nebraska, el sistema electoral también presenta un enfoque más proporcional. Este estado cuenta con un total de cinco votos electorales, de los cuales dos se asignan al candidato que obtiene la mayoría de los votos en todo el estado. Los otros tres votos se distribuyen en función de los resultados en sus tres distritos congresionales. Esto significa que, al igual que en Maine, los votantes que no apoyan al candidato ganador a nivel estatal pueden ver reflejadas sus preferencias a través de una representación más equitativa en el Colegio Electoral
¿Qué sucede si hay empate en el Colegio Electoral?
Un empate en el Colegio Electoral —cuando ambos candidatos obtienen exactamente 269 votos, la mitad de los 538 totales— es una posibilidad inusual, pero no imposible. En este caso, la Constitución de Estados Unidos establece un mecanismo específico para resolver la situación. Según la Duodécima Enmienda, la elección del presidente pasaría a la Cámara de Representantes, mientras que el Senado elegiría al vicepresidente.
En la Cámara, cada estado tiene derecho a un solo voto en esta decisión, sin importar su tamaño o población. Es decir, California, con una gran delegación en el Congreso, tendría la misma influencia que un estado pequeño, como Wyoming. Los representantes de cada estado se reúnen para decidir a quién apoyar, y el candidato que reciba el respaldo de la mayoría de las delegaciones estatales —al menos 26 de los 50 estados— se convierte en presidente. Por otro lado, el Senado, donde cada estado tiene dos senadores, vota para elegir al vicepresidente; el candidato que logre la mayoría simple gana el puesto.
Este proceso es inusual y solo ha ocurrido una vez en la historia de Estados Unidos. En 1824, ningún candidato logró una mayoría en el Colegio Electoral, y la Cámara de Representantes eligió a John Quincy Adams como presidente, a pesar de que Andrew Jackson había ganado tanto el voto popular como el mayor número de votos electorales.
Si bien la probabilidad de un empate es baja, la posibilidad existe, especialmente en elecciones con márgenes ajustados y divisiones geográficas claras. La polarización actual y el enfoque de los partidos en estados "péndulo" o clave hacen que el margen de victoria sea aún más estrecho en algunas elecciones recientes.
Estados "péndulo" o clave: importancia en el sistema electoral de Estados Unidos
Los estados "péndulo", también conocidos como "swing states" o estados bisagra, juegan un papel fundamental en las elecciones presidenciales de Estados Unidos debido a la estructura del Colegio Electoral. En lugar de centrarse en el voto nacional, el sistema electoral premia a los candidatos que ganan estados clave, asignándoles todos los votos electorales de esos territorios, independientemente del margen de victoria. Esto crea una dinámica donde algunos estados reciben una atención mucho mayor que otros, ya que pueden decidir el resultado final de una elección.
De cara a los comicios electorales del 5 de noviembre, Georgia, Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte, Arizona y Nevada son considerados "péndulo" debido a sus historiales de votar alternativamente por candidatos demócratas y republicanos en elecciones consecutivas:
- Georgia: históricamente republicano, cambió a demócrata en 2020, apoyando a Joe Biden.
- Pensilvania: tradicionalmente demócrata, votó por Trump en 2016, pero volvió a apoyar a Biden en 2020.
- Michigan: demócrata desde 1992, votó por Trump en 2016 y luego por Biden en 2020.
- Wisconsin: similar a Michigan, pasó de apoyar a Trump en 2016 a Biden en 2020.
- Carolina del Norte: predominantemente republicano, respaldó a Trump en 2016 y 2020, aunque con márgenes ajustados.
- Arizona: republicano en elecciones recientes hasta 2020, cuando apoyó a Biden.
- Nevada: demócrata en las elecciones desde 2008, continuó apoyando a Biden en 2020, aunque con márgenes reducidos.
Históricamente, los resultados en los estados péndulo han sido determinantes en varias elecciones recientes. En 2000, la victoria de George W. Bush en Florida, con un margen muy estrecho, fue clave para su triunfo en el Colegio Electoral. En 2016, Donald Trump ganó la presidencia al asegurar Michigan, Wisconsin y Pensilvania por márgenes mínimos, superando así a su oponente en el Colegio Electoral a pesar de perder el voto popular.
¿Es posible ganar la presidencia sin el voto popular?
La respuesta, por sorprendente que parezca en una democracia moderna, es un rotundo "sí". A lo largo de la historia de Estados Unidos, cinco presidentes han asumido el cargo a pesar de no haber recibido la mayoría del voto popular: John Quincy Adams en 1824, Rutherford B. Hayes en 1876, Benjamin Harrison en 1888, George W. Bush en 2000 y Donald Trump en 2016.
En 1824, John Quincy Adams fue elegido presidente en una elección disputada entre varios candidatos. Ninguno alcanzó la mayoría en el Colegio Electoral, y la decisión pasó a la Cámara de Representantes. A pesar de que Andrew Jackson había ganado el voto popular, el Congreso eligió finalmente a Adams.
De forma similar, en 1876, Rutherford B. Hayes ganó en una de las elecciones más polémicas de la historia. Aunque el demócrata Samuel Tilden obtuvo más votos populares y más votos electorales, una comisión del Congreso otorgó a Hayes la victoria en estados disputados, dándole el margen que necesitaba para ganar en el Colegio Electoral.
También, en 1888, Benjamin Harrison derrotó al presidente en funciones, Grover Cleveland, en el Colegio Electoral a pesar de que Cleveland tenía más votos populares. Harrison ganó en varios estados industriales, especialmente en Nueva York e Indiana, su estado natal.
En los casos más recientes, como el de George W. Bush en el 2000, el resultado de las elecciones dependió de un conteo de votos muy reñido en Florida. Aunque el demócrata Al Gore obtuvo más votos a nivel nacional, una decisión de la Corte Suprema detuvo el recuento en Florida, dándole el estado, y así la presidencia, a Bush.
De forma similar, en 2016, Hillary Clinton ganó cerca de tres millones de votos más que Donald Trump, pero el triunfo de Trump en estados clave como Michigan, Wisconsin y Pensilvania le aseguró una mayoría en el Colegio Electoral.
Electores falsos: la estrategia controvertida en 2020
El término "electores falsos" se popularizó en las elecciones de 2020 en Estados Unidos, cuando grupos de partidarios de Donald Trump en siete estados clave intentaron crear listas alternativas de electores para desafiar el resultado oficial de los comicios. En estos estados —donde Joe Biden había ganado según los resultados certificados—, estos grupos prepararon documentos que nombraban a sus propios electores pro-Trump y pretendían presentarlos como los representantes legítimos del estado en el Colegio Electoral.
Estos "electores falsos" firmaron certificados que imitaban los documentos oficiales y, en algunos casos, intentaron entregarlos en las capitales estatales el 14 de diciembre de 2020, cuando los electores verdaderos emitieron formalmente sus votos. El objetivo era que estos votos alternativos fueran considerados durante la certificación del Congreso el 6 de enero de 2021, con la esperanza de revertir la victoria de Biden.
Este esfuerzo fue ampliamente denunciado y generó investigaciones a nivel estatal y federal, con varios de los involucrados enfrentando cargos legales.