Pues sí, tengo un amigo cadista. Evidentemente no sólo uno, pero posiblemente a todo el mundo se le viene una persona a la cabeza que encaja a la perfección en la definición de cadista.
Realmente da igual su nombre, cada cual tendrá uno en mente. El mío pongamos que se llama Jesús. Es cadista de cuna. No le sale el carné de abonado (o de socio, que en Cádiz lo seguimos llamando así) gratis porque todavía no alcanza los 40 años de edad, pero ha estado con el Cádiz en el fango de la Segunda B, en Segunda y en Primera. Y hubiera estado en cualquier otra. Porque el Cádiz forma parte de su vida. Además, una parte fundamental de ella.
De niño, de bastante niño, tuvo algún que otro escarceo con el hecho de tener un segundo equipo, albergó alguna tentación blanca en su corazón. Pero rápidamente las desechó y sólo tiene hueco para unos únicos colores. No entiende otra cosa en el mundo del fútbol que no sea el amarillo y el azul.
Mi amigo no era el mejor en el colegio, no le gustaba y era bastante perezoso para ponerse a estudiar. Ahora, eso sí, para los temas que le interesan y le apasionan, no tiene problema echarle el tiempo que haga falta. Mi amigo aprendió geografía gracias al Cádiz. Sabe situar muchas localidades andaluzas, de la época de Segunda B, en la que se desplazaba para ver al equipo. Se sabe de memoria los estadios en los que ha visto jugar al equipo amarillo (que no son pocos) y el resultado de cada uno de esos partidos. Se acuerda mejor de partidos cadistas que de fechas de cumpleaños de familiares y amigos.
Si mi amigo Jesús sabe algo de moda y de marcas es gracias a la infinidad de camisetas del Cádiz que tiene en el armario. Algunas ya ni le caben, pero las sigue conservando con el mismo cariño. Diferentes marcas, distintos patrocinadores, de diferentes categorías, con distintos tonos de amarillo, pero, eso sí, con un mismo escudo.
Tanto por motivos de trabajo como por ocio, le ha tocado estar en diferentes ciudades del mundo. En todas, cual profeta cadista, ha propagado la palabra del Cádiz y ha paseado alguna de sus camisetas amarillas. Algunas de esas imágenes ilustran este artículo, La zamarra cadista no ha faltado en Marsella, Andorra, Nottingham, Amberes, Estambul, Milán, Budapest o Cracovia.
Es un clásico de cada verano comentar las nuevas equipaciones o la nueva campaña de socios. “Quillos, ¿os parece bonita la nueva camiseta de entrenamiento? Yo me la voy a pillar”.
Y no menos clásicas son las discusiones en torno a un posible fichaje o a un jugador que hayamos visto en un partido aleatorio y lo veamos como futurible equipo amarillo. “¿Os gusta Fulanito para el Cádiz (adjuntando vídeo a la conversación)? Yo lo he visto jugar y es interesante”. De estos puede haber cientos a lo largo del año.
Eso sí, a mi amigo el Cádiz también le ha traído algún que otro disgusto. Y no sólo por los fracasos deportivos del equipo. En alguna ocasión le ha coincidido algún partido del Cádiz como visitante con algún evento familiar, véase comunión, boda o similar. Una vez jugaba el Cádiz en Alicante, si no recuerdo mal, y un familiar de la que era su pareja hacía la comunión. Y efectivamente, mientras que se estaba desarrollando el convite, mi amigo se estaba montando en un autobús para cruzar media España. Obviamente, luego le costó un respectivo rapapolvo. Otra vez, en la época veraniega, decidimos irnos a un campo el fin de semana. Todo organizado, todo atado. A última hora, nos dejó plantados porque tenía que ir a ver un partido de pretemporada del Cádiz a Sanlúcar. Y así todo, su prioridad siempre fue el Cádiz.
Ya irán comprendiendo que a mi amigo el Cádiz le duele de verdad. En su momento, una de las temporadas en la que las cosas no pintaban bien, fue de los que se plantó después de un entrenamiento a hablar con Raúl López y el resto de capitanes para pedirles que recondujeran la situación.
El Cádiz siempre ha sido clave en su estado de ánimo. Si las cosas iban bien, él estaba contento. Si iban mal, se venía abajo. Un mal resultado ya le arruinaba el fin de semana. Recuerdo una vez, en fin de año, muy de pipiolos, que mi amigo estaba un poco bajo de ánimo. Habíamos quedado para dar una vuelta, pero él se quería rajar. Nos plantamos en su casa para animarlo a salir y finalmente accedió a ponerse su traje de chaqueta y venirse con nosotros. Eso sí, con su pin del Cádiz en la solapa. Nada más ponérselo ya le cambió el gesto. Y ya se vino más arriba cuando nos encontramos a Sambruno, cuando jugaba de central en el Cádiz, por la calle. Ya con eso estaba pagado.
Posiblemente todos tenemos un amigo cadista igual o, al menos, parecido. El mío se llama Jesús, pero su nombre es lo de menos. Lo importante es que esta gente, que lleva el Cádiz es su alma y en su corazón, está por encima de mandatarios, de jugadores, de entrenadores, de arbitrajes, de resultados, de categorías, de fútbol moderno y de VAR. Porque ellos son de verdad el Cádiz.