Hace más de un año que nos alejamos de la normalidad y todavía intentamos recuperarla. Después de la pandemia de la COVID-19, la sociedad se viene enfrentando a un cambio sin precedentes, algo que siempre impacta con fuerza en los colectivos más vulnerables. Entre ellos, las personas mayores, sobre todo si carecen de autonomía. Puede que padezcan alguna enfermedad, y teman salir a la calle por el contagio, o quizá no lo hagan porque su edificio no tiene ascensor. Las hay con dificultades para hacer la compra, seguir unos hábitos de vida saludables o valerse de las herramientas tecnológicas. Por desgracia, muchas de ellas viven una soledad no escogida, sin contacto con familiares ni amigos, y no pueden mitigar el aislamiento con un WhatsApp.
A lo largo de este año tan singular, desde Cruz Roja han creado nuevos proyectos de acompañamiento y hemos reforzado las líneas de asistencia que ya llevábamos a cabo. El Área de Personas Mayores, con Discapacidad y Cuidadoras de Cruz Roja, que atiende a cerca de 260.000 personas al año, es de por sí la más activa en cuanto al número de personas beneficiarias e intensidad de las intervenciones. Pero a raíz de la pandemia, sus responsables han visto cómo se incrementaban los perfiles vulnerables y aparecían nuevas necesidades. “Una de las primeras cosas que hicimos en la desescalada fue el acompañamiento en el paseo. La gente nos decía que quería salir y nuestros voluntarios y voluntarias iban con ellos, cumpliendo con todos los protocolos de seguridad. También aprovechamos el verano para hacer muchas actividades al aire libre porque sabíamos que venía un otoño complicado y que era importante respirar“, afirma Joaquín Pérez, responsable del Programa de Personas Mayores, con discapacidad y cuidadoras de Cruz Roja.