Convertida en uno de los iconos de la Transición, en los ochenta Amparo se deslizó por la peligrosa pendiente del consumo de droga que, además de ocasionarle algún problema con la justicia, la llevó a la ruina económica y al ostracismo profesional. Cuando, libre de adicciones, se disponía a recuperar su carrera de actriz, varias enfermedades la obligaron a recluirse en la casa familiar, de la que había salido treinta años antes para presentarse a un concurso de belleza a escondidas de sus padres. Allí murió en 2011, perseguida de cerca por los paparazzis y luchando con todas sus fuerzas por aferrarse a una vida que, en cierto modo, le habían arrebatado mucho antes.