Era 1861. El ingeniero malagueño Antonio Molina fue el primer nombre propio del faro de la ciudad. Él lo diseñó. Tres años más tarde era una realidad. El 15 de marzo de 1864 empezó a funcionar. Era una torre troncónica con base de mampostería. Medía 11 metros. Y se construyó, según ha explicado el cronista oficial de Marbella, Francisco Moyano, a pesar de que en la ciudad no había aquel entonces puerto alguno. Pero lo que sí había era tráfico marítimo.
Este primer faro de Marbella alumbraba hasta una distancia de 12 millas. Como anécdota, costó algo menos de 80.000 reales. Toda su maquinaria era de la marca Sautter. Con el paso de los años, sus fuentes de iluminación fue cambiando poco a poco.
En 1944 llegaría la iluminación eléctrica. Aquélla primera constaba de una lámpara de 300 watios. 30 años después se elevó hasta los 29 metros que mide ahora mismo. Se había quedado corto o era bajo para la época. Había ya edificios con luces a la misma altura, y se confundían. Con esa gran obra de remodelación su luz pasó a tener una potencia de 1.500 watios, que le valían para llegar hasta 22 millas.
Con el paso de los años, las instalaciones fueron perdiendo uso, quedándose únicamente como faro, propiamente dicho, hasta que en 2009 el colectivo cultural Ateneo de Marbella empezó a revivirlo con conciertos de música de cámara, conciertos de piano, presentaciones de libros y un homenaje a Pepe Carleton. Uno de los integrantes e impulsores de esas actividades fue el periodista Jorge Lemos.
Tenían un proyecto de futuro: convertirlo en un gran centro cultural al aire libre y natural.
Pero apenas duró hasta 2013, no porque el Ateneo no quisiera, ha recordado Lemos, sino porque hubo cambios en la Autoridad Portuaria de Málaga que desembocaron en un escenario inviable para el colectivo al que exigían un canon por el uso del espacio, inasumible al ser una asociación sin ánimo de lucro.
Dos años después de que finalizara la aventura cultural, el Ayuntamiento diseñó un proyecto, contando con el permiso de la Autoridad Portuaria, y que contaba con un presupuesto del propio consistorio, según ha recordado el ahora delegado de Obras, Diego López. Pero el cambio de gobierno municipal de ese mismo año dio al traste con la idea.
El dinero pasó de ser del Ayuntamiento a tener que buscarlo fuera, en este caso, en Diputación Provincial, que tuvo que autorizar el gasto, después trasladar la partida al consistorio para que se licitase el proyecto, se adjudicase y comenzase la obra hace escasas semanas. Un siempre largo pero obligado procedimiento que se ha hecho más lento todavía por la aportación de la administración malagueña.
En resumen, en 2021 la Autoridad Portuaria cedió el uso del espacio al Ayuntamiento; en 2022 se acordó el proyecto con Diputación; y en 2023 se desarrolló toda la licitación de una obra que pretende dar vida a un espacio emblemático de Marbella.
Los 350 metros cuadrados que ocupan los dos edificios albergarán unas dependencias para la Delegación de Turismo y un espacio diáfano para uso cultural y medioambiental.
El faro seguirá activo.