La última novela de Antonio Pérez Henares lleva a los lectores a la Edad Media para descubrir una época diferente a la que hasta ahora se había contado. “El juglar” recupera la figura de estas personas que recorrían España, entre la Corte y el pueblo, recogiendo historias y trasmitiéndolas allá donde iban. Pérez Henares asegura que los juglares tenían algo de periodistas, eran muy transversales y pusieron las bases de la lengua y la piedra angular de la literatura española. Y el Cantar del Mío Cid tiene más fuerza emocional y potencial narrativa que cualquier gesta europea.
Los protagonistas de “El juglar” son tres generaciones de juglares, el abuelo, el hijo y el nieto. A través de ellos se ve cómo se ha ido elaborando el Cantar que aflora en el siglo XII, en un momento en el que Castilla, aunque estaba siendo castigada por el Imperio Almohade, contaba con el apoyo del Reino de Aragón que estaba en todo su esplendor.
Antonio Pérez Henares explica cómo el Cid muere en 1099, pero hasta un siglo después, en 1199 no se recitó entero el Cantar, fue en Santa María de Huerta. Se trata de una obra que tiene mucho que ver son la leyenda pero que guarda una historia real muy relacionada con Aragón, ya que el Cid estuvo al servicio del Rey de Zaragoza como capitán general.
El autor quiere trasmitir en la novela la importancia que tuvieron los juglares, figura muy diferente a la del trovador occitano. De hecho, aparece la Corte de Alfonso II de Aragón, llamado “El Trovador”. Y también se menciona a Alfonso VIII de Castilla, que fue tataranieto del Cid. Pérez Henares cuenta cómo se desconoce que el Cid tuvo tres hijos, un hijo que falleció en batalla y dos hijas, llamadas María y Cristina. María se casó con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, y Cristina con un navarro. Su hijo fue el restaurador de la Corona de Navarra y su nieto, Sancho VII El Fuerte.