Sara y Pablo abrieron el Gilda conscientes de que un bar requiere de trabajo y sacrificio, pero, como tantos hosteleros, jamás pensaron que tendrían que hacer frente a una situación como la provocada por la pandemia. Tras luchar mucho durante los últimos meses e intentar negociar con la propiedad del local en el que están ubicados, no les queda más remedio que tirar la toalla.
Además de hacerse populares por sus montaditos y vinagres, esta pareja zaragozana ha apostado por participar de la dinamización cultural del entorno de San Pablo, organizando exposiciones, o conciertos que se celebraban en colaboración con la Lata de Bombillas.
Cierran con la esperanza de que la pandemia pase y surja la oportunidad de volver a poner en marcha un nuevo negocio que recoja el testigo del Gilda, aunque temen que la hostelería ya no volverá a ser igual.