El 52% de los tramos de ríos que pertenecen a la cuenca del Ebro se encuentran en un estado bueno o muy bueno, mientras que el 36% están en un estado malo o muy malo, por las alteraciones que provocan las infraestructuras hidráulicas. Es la principal conclusión de la Confederación Hidrográfica, tras un minucioso estudio sobre el impacto humano en ese medio natural, a lo largo de las últimas décadas.
Mientras que a principios del siglo XX, la cuenca del Ebro regaba 400.000 hectáreas, ahora su agua se destina a 926.000 hectáreas de regadío, además de otros usos industriales, centrales hidroeléctricas y abastecimiento de la población. Ese beneficio socioeconómico ha sido posible gracias a la construcción de embalses y canales, que inevitablemente alteran el régimen natural de los ríos.
"Ahora mismo quedan cinco embalses en ejecución, que hay que terminar, como el recrecimiento de Yesa o Mularroya. ¿En el futuro haría falta hacer más? Cada vez es más caro y más complicado medioambientalmente crear nuevos embalses. En todo caso, hay que tender a la sostenibilidad y al equilibrio entre satisfacción de las necesidades y buen estado de las aguas. Dónde está ese equilibrio es la pregunta clave, a la que debemos responder entre todos con procesos participativos que se trasladen a los planes hidrológicos", explica el jefe de la Oficina de Planificación Hidrológica de la CHE, Miguel Ángel García.
El informe completo, así como los estudios detallados de cada uno de los ríos, puede consultarse libremente en la web de la Confederación Hidrográfica del Ebro.