Accedió en el año 93 a la Academia de la Policía Local, superó esa etapa con éxito e inició su vida como policía. Ha pasado por buena parte de las unidades: ha sido motorista, ha trabajado en la Unidad de Seguridad Nocturna y no ha dejado de obtener distintos ascensos hasta ganarse, por oposición, el puesto de intendente. La puerta de su despacho siempre está abierta, cuentan en el Cuartel de La Paz, para todo el mundo. Tal vez sea una de las razones por las que recibió la enorme ovación de sus compañeros al colocarle la alcaldesa la Medalla de Oro al Mérito Profesional.
De sus años trabajando en la Unidad de Seguridad Nocturna recuerda la dureza de vivir al revés del mundo, y asegura que la Ciudad, a pesar de lo que se pueda pensar, no es menos segura por las noches. Cualquier cosa puede ocurrir a cualquier hora, explica: sucesos muy graves y cuestiones aparentemente poco importantes que, sin embargo, resultan vitales para quien requiere la ayuda de la Policía; no hay servicio pequeño, y toda necesidad ciudadana debe obtener el máximo interés, sea cual sea su magnitud.
Cuenta Herrera que lo más duro del trabajo de un policía es no poder hacer nada para ayudar a una víctima; y recuerda la impotencia vivida en momentos como un accidente de tráfico en el que el vehículo siniestrado se incendió y no pudieron hacer nada por su ocupante. En el otro extremo de la balanza, la mayor satisfacción del policía siempre es el reconocimiento ciudadano; que una persona a la que se ha ayudado cuando lo ha requerido dé las gracias por ese servicio es lo más gratificante para un policía, explica.