AFRONTAR EL CÁNCER

Linternas para la oscuridad

Ana Isabel Méndez escribió hace años un libro de relatos con una amiga. Ahora se reedita por un buen motivo: recaudar dinero para la investigación contra el cáncer. Porque Ana sabe lo que es caer en "el túnel" y conocer "la mina". Pero avisa que no es un libro sobre el cáncer.

Guillermo Figueroa

Gijón |

De hecho, ella no suele utilizar mucho esa palabra. Tiene muchas maneras de referirse a un cáncer en el que no pensaba (aunque sabía que podría llegar) cuando escribió este libro. Ahora que sabe bien de lo que habla, quiere pensar que sus relatos pueden ayudar. Pese a que no es escritora ni aspira a serlo.

De todo el libro, que está disponible en La Buena Letra, solo hay dos relatos en los que cuenta su experiencia con la enfermedad. "El túnel" y "La mina". Vamos a reproducir el primero, porque el segundo, dice, es mejor no leerlo si no llega el momento. Y lo mejor de todo, añade, es quedarse en la superficie.

"¿Dónde estoy? ¿Por qué está todo tan oscuro?… Aquí hace frío…

No te preocupes, estoy aquí para ayudarte a salir de aquí. Si te

dejas guiar, saldremos sin problema.

¿Usted solo? ¿Usted solo me va a sacar de aquí?

Bueno, en realidad yo solo no. Me acompañan más personas. Yo

sola no podría. Ahora mismo las conocerás. Por cierto, tutéame.

De acuerdo. Lo que tú me digas. Pero oye, aquí dentro no se ve

nada, ni una luz, ni una señal de vida… ¿Cómo me vais a sacar?

Tranquila, no es la primera vez que estamos en este túnel. Lo

conocemos bien. Tú solo déjate guiar y síguenos.

De repente, siento una mano. Es una mano que no me asusta; al contrario, me da confianza. Pero, en ese momento, algo pasa por encima de mi pie. ¡Una rata!

La mano que me había cogido con fuerza me tranquiliza:

Sopla, no te pongas nerviosa. Ya la he espantado, ya no está aquí. Relájate, síguenos, que el camino para salir de esta oscuridad acaba de comenzar.

Comienza nuestro camino. El primer hombre que me habló va al frente, con un foco potente, pero con él solo ilumina la oscuridad, revelando más paredes frías y húmedas. Le seguimos, y siento un escalofrío recorrerme.

Tengo frío.

Entonces, se acerca una mujer, con la misma amabilidad y calidez que la primera.

No te preocupes, yo te tapo. ¿Mejor ahora?

Sí, mucho mejor, gracias.

De repente, un pitido molesto, como una alarma, empieza a sonar. Otra chica se acerca y, al igual que las anteriores, con una voz dulce y tranquilizadora, me dice:

No te asustes, está todo controlado. Comienza a tocar unos botones, y en menos de un minuto, el sonido cesa.

Caminamos durante lo que a mí me parece una eternidad. Yo estaba muy cansada, pero todos me animaban, y aunque sentía que las fuerzas me abandonaban, no me dejaba rendir. Pero ocurrió. No sé exactamente cómo ni con qué, pero me resbalé y me lastimé un pie.

Rápidamente, todos me rodearon, preocupados. ¿Estás bien? Siéntate, tenemos que parar. Tienes que descansar.

Noooooo, quiero seguir. Quiero salir de aquí, no quiero parar ahora. No te preocupes. Esto suele ocurrir. No nos impedirá llegar a la salida. Ahora tienes que descansar un poco y recuperarte. Luego podremos avanzar mejor y más rápido.

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Las palabras alentadoras venían del hombre del foco, que lo apagó y detuvo el paso. Es verdad —dijo—. Pasó un rato, no sé cuánto, porque a mí me pareció eterno, pero cuando pude recuperarme, todos me animaron, y continuamos avanzando. Yo me sentía mucho mejor.

No sé exactamente cuándo sucedió, pero ocurrió. Empezamos a ver una luz al fondo. Aunque parecía lejana, no cabía duda: era luz.

Ya falta poco —me dijeron los cuatro al unísono. Y así fue. Llegué, cansada, dolorida, con pocas fuerzas, pero con una ilusión renovada.

Finalmente, el hombre apagó el foco. Ya había luz suficiente para ver. Los tres me rodearon y la chica de la manta me dio instrucciones:

Ya vamos a salir. Habrá mucha luz, cuidado con los ojos. Fuera verás cosas maravillosas que hace tiempo que no ves. Disfruta de ellas y no mires atrás. El túnel ya no estará, no pienses más en él.

Entre todos, me ayudaron a saltar para salir del túnel.

Venga, a la de tres…

No me lo podía creer. Estaba fuera. El lugar era hermoso: un sol espléndido me cegó un poco, pero pronto mis ojos se acostumbraron y pude ver todo lo que me rodeaba: árboles altísimos con copas frondosas, un riachuelo donde nadaban felices una pareja de patos, y creí ver una ardilla saltando entre las ramas.

Miré hacia atrás, y mis ojos no podían creer lo que ya no veían.

¿Y el túnel? Ya no está. No queda ni rastro de él.

Olvídate del túnel. Ahora tu lugar es éste. Disfruta de él y de todo lo que te rodea.

—No, esperad, no estoy preparada todavía. No me podéis soltar. No me siento segura. Yo no sé ni cómo me metí en ese túnel. ¿Y si

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vuelvo a estar dentro? ¿Y si esta vez no os encuentro? No, por favor, os prometo que todavía no estoy lista.

—Tranquila. Ahora te toca a ti caminar sola por este maravilloso y seguro lugar. Estaremos siempre cerca de ti, no te vamos a “abandonar”. Estaremos cerca cuando nos necesites, y te aseguro que estarás bien. Pronto olvidarás todo esto, no por completo, lo sé, pero aprenderás a vivir de nuevo.

Desgraciadamente, esa despedida fue más breve de lo esperado. No tardé mucho en volver a estar en sus manos. Para eso, escribí también otra carta"