Natalia cree que la política es una herramienta para tratar de mejorar la vida de las personas desde lo público. Ese es al menos el objetivo que la guía a ella, aunque nunca pensó en estar en la primera línea política. Entre otras cosas porque reconoce ser muy tímida. Perder parte de su privacidad, "robar" tiempo a sus padres, su pareja o su hija, y el desgaste es un peaje a pagar. Pero es muy gratificante poder hacer cosas para ayudar a la gente, sobre todo a los más vulnerables, que es donde ella se mueve mejor. Es firme defensora de la justicia social. Lamenta que se critique tanto la política porque imperan los partidismos. Antes que concejala fue diputada dos años en el Congreso, pero se queda con el 24/7 de la política municipal porque se define como una persona a la que le gusta estar pegada a la calle y en colaboración con otras áreas y personas. Ser política no quita ser "ciudadana del día a día".
Hija de emigrantes retornados, un albañil y una limpiadora, Natalia estudió en el extinto Colegio Pumarín Alto, donde vivió reivindicaciones que le hicieron interesarse aún más por la política, muy presente en su casa. Los domingos eran una especie de día de debate, escuchando posiciones diferentes. Su vena socialista puede relacionarse además con la defensa de una educación como un ascensor social. Sin ella, afirma, no podría haberse convertido en la primera de la familia que estudiaba una carrera universitaria. Optó por el derecho para ayudar a las personas a ejercer sus derechos. Y como feminista "incluso antes de saber que lo era" acabar en un centro asesor de la mujer fue un camino natural.
Se define como "de barrio obrero" y sigue viviendo a escasos metros de la casa donde creció en la Calle Río Eo.