El Equipo de Mujer del Ayuntamiento de Piloña, pone en marcha el proyecto “Doce Meses, Doce Mujeres” con el que pretende visibilizar a lo largo de estos meses, a algunas de esas mujeres que pese a realizar logros importantes en ámbitos como el político, científico, social y económico apenas son conocidas. Si queremos educar en y para la igualdad es nuestro deber ayudarlas a recuperar un lugar que siempre debió de ser suyo. Nuestra historia estará más completa con todas sus protagonistas, también con las silenciadas, invisibilizadas u olvidadas.
SEPTIEMBRE
Carolina del Castillo Díaz
Gijón (Asturias), 3/07/1867 – 24/10/1933. Pintora.
Nació en el seno de una familia acomodada y desde niña manifestó una clara vocación artística, que quedó adormecida durante unos años tras su matrimonio, en 1890, con el médico militar Gonzalo del Campo. La pérdida de dos de sus hijos le hizo sentir la necesidad de volver de nuevo a la pintura, pero esta vez ya no de forma autodidacta, sino siguiendo lecciones del pintor José Nicolau Huguet, amigo de su marido.
Los últimos cuadros de esta época (1906-1907), que firmaba con el seudónimo de Krol-Ina, muestran a una pintora que ya había asimilado todo cuanto podía brindarle el estrecho mundo pictórico de su maestro y de su ciudad en aquel momento, de modo que, aprovechando la necesidad de dar a sus hijos estudios superiores, decidió trasladarse a Madrid con su familia.
En la capital entró en contacto con los maestros del Museo del Prado y con todo el mundillo artístico del momento, distinto del de su ciudad natal. Recibió clases del pintor valenciano Cecilio Pla, artista prestigioso en aquellos años, y pronto trató de darse a conocer públicamente. En 1908 concurrió a la Exposición Nacional de Bellas Artes con su obra El alma de la casa, que mereció una mención honorífica. Volverá a este mismo certamen en 1910 y 1912 y acudió igualmente a otros muchos, entre ellos la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza (1908), de nuevo con mención honorífica, la Exposición de Autorretratos de Barcelona (1909) o la de Santiago de Compostela, donde obtuvo la medalla de bronce. No faltó tampoco en 1920 y 1921 al Salón de Otoño madrileño, un certamen instituido para fomentar las nuevas tendencias frente al tradicional academicismo de las muestras oficiales. Un hecho de carácter familiar —la visita a un afamado médico para tratar una enfermedad de su hija— le dio oportunidad de viajar a París, donde, además del Louvre, pudo conocer directamente la obra de los maestros del impresionismo, un movimiento ya caduco en aquel momento, pero por el que sentía un gran interés. Durante los cerca de veinte años que residió en Madrid no faltó a su cita veraniega con su tierra natal, en la finca que poseía en Jove, en las afueras de Gijón, y en la que murió poco tiempo después de haber regresado definitivamente a su tierra.
Pintora muy versatil
Carolina del Castillo cultivó casi todos los temas: paisajes, bodegones, retratos, desnudos, escenas de interior. En todos ellos, especialmente en el paisaje, puede apreciarse una clara evolución, desde la ingenuidad y sencillez de su etapa gijonesa hasta la influencia de los postulados impresionistas que reflejan sus obras a partir de su llegada a Madrid. Tuvo especial predilección por el retrato, género que cultivó con profusión, si bien aquí siempre se mantuvo dentro de una línea más academicista. Entre sus obras cabe citar los paisajes del parque del Retiro y de los alrededores de su finca de Jove, varios autorretratos y retratos, como Mujer con mantilla, diversos desnudos y escenas de interior, como la serie Curiosidad o Lección de música. La mayoría se encuentra en colecciones particulares, pero podemos encontrar alguna de sus obras en el Museo de Bellas Artes de Asturias, en el Museo Jovellanos de Gijón y en la Universidad de Oviedo.