Tengo que confesar que soy lento en ver algunas caídas, justifico, por mi forma de ser e intento tratar de entender lo que sucede, ponerme en el lugar del otro, pero muchas veces yerro. La UD lleva un mes siendo — por números- el peor equipo de la categoría. Juega bien, tiene ratos que parece volver a verse en el espejo como Dorian Gray sin que se le noten los estragos y a eso me agarro entendiendo el contexto: rivales, circunstancias — expulsiones-, cansancio, conformismo, aceptación de que es lo que hay, pero lo de este fin de semana, especialmente tras el descanso, fue la Capilla Sixtina del desatino.
El equipo recordó a aquellos dramas añejos defensivos, aquellos con los que se penaba por todos los campos de la Península, el equipo recordó a aquel que era alérgico al avión, el que sufría goleada tras goleada tras pasar más de dos horas volando, como en un castigo divino.
No creo que corra peligro la Primera División, escenario y objetivo que se han ido labrando el equipo y el entrenador semana a semana con una madurez y una seguridad que ahora parecen haberse difuminado, pero sí que creo que lo de este fin de semana no se debe volver a repetir. No vale la visita de Ramírez, ni el enfado en redes de la gente, vale lo que hasta hace nada -un par de meses en la vida no es nada, pero en el fútbol son años luz- se hacía, dar la cara, tratar de defender la amarilla como se estaba haciendo. Llevo un par de semanas recordando los meses últimos con Setién, los convulsos, aquellos en los que las declaraciones cruzadas eran constantes y eso se notó en el campo.
La nave estaba arriba, pero iba a pique y no lo supe ver. Era imposible, creía, pasar de estar siendo nombrados a nivel nacional, de la purpurina, por así decirlo, al barro, pero en nada, decisiones que no fructificaron (siempre me voy a acordar de De Zerbi aprendiendo español para venir a entrenar a la UD) en cadena, una tras otra, hicieron el resto. Así que, al menos yo, voy a alabar la bendita y menospreciada y aburrida y horrorosa y asquerosa tierra de nadie, mi lugar favorito del mundo si de la UD en Primera hablamos, al menos por ahora, por los próximos años porque es muy fácil volver a morir de éxito. A sumar los tres puntitos que faltan, a defender la amarilla como se ha hecho, y a seguir creciendo desde lo anodino, la nada, lo que toca. No sea que nos suceda como al cuadro de Dorian Gray que parecía perfecto, pero se estaba pudriendo por dentro sin que nadie se percatase.