'Al final de la final'
✍ Por Román Pérez González
Terminó el partido en el Villamarín y solo se hablaba de que el duelo ante el Alavés tendría que ser una final: se hablaba del ambiente, del concierto, de los Carnavales, de que Martínez se la jugaba, de lo complicado que se pondría todo con una derrota, del rival directo, de los diez partidos que restan. Pues bien, la UD entró al partido como no se puede entrar a una final: en el minuto 7 ya perdía. El Alavés, uno de los rivales con el que te la vas a jugar todo el rato, dominaba el partido porque sabía lo que había que hacer, asentados, seguros tras el gol, pudieron ampliar la renta antes de la media hora, pero un gol anulado y un palo ayudaran a no profundizar la herida amarilla. La UD jugaba a arreones, a empujones, sin criterio, de manera deslavazada. El equipo recordó por momentos al partido contra el Celta (aquel día por ir con dos más y no saber sacar adelante el partido) y contra el Alavés por el desorden, por la sensación del sálvese quien pueda de muchos muchos minutos.
En el 88 se perdía 0–2 y en el 94 se había empatado; sin duda tiene un mérito espectacular, pero el punto no debe impedirnos ver el bosque: la UD estuvo completamente perdida en el 85 % del partido ante un rival directísimo, en casa, y solo un ataque de ira y rabia en el estertor del partido te ha servido para sumar un punto.
De los tres puntos que ha sumado el equipo en lo que vamos de 2025 dos llegaron así, al final, y está muy bien esa rabia, pero es absolutamente insuficiente para lograr el objetivo. La rabia debe ser un complemento al juego y no el único recurso. Ahora mismo la UD es carne de descenso.
Hay dos semanas de margen. No tomar decisiones sería negligente, como lo fue confeccionar esta plantilla, como lo fue errar dos veces en la elección de entrenador, como lo fue no reforzar al equipo en Navidad. El agua está entrando en todos los departamentos del barco y es cuestión de tiempo que acabe hundido si no se actúa. Hay margen, pero la sensación de incredulidad va en aumento. El golazo de Moleiro no debe hacer que cambie la hoja de ruta trazada. Es ahora o volver al pozo.