'Una mañana en Las Canteras'
✍ Por Román Pérez González
Por la mañana, en Las Canteras, con el gentío habitual de un sábado, no se hablaba de otra cosa: “se puede, joder, que esta gente está a otra cosa y se despistan”, le decía un hombre a otro desde su coche. Un niño saliendo de los campos de fútbol 7 de El Rincón le decía a otro: “2–1, que sí, 2–1”. Día grande sin duda. Estaba en el ambiente por tonterías como el número de camisetas amarillas que se veían por las avenida; pibes en grupo comiendo en el Ca’ Ñoño con la amarilla puesta; pibes paseando a sus bebés, como yo, con la camiseta de la UD de la suerte porque cualquier amuleto es necesario en los días grandes, porque aunque todos los partidos importan, hay partidos y partidos.
Y, además, la UD venía de ganarles en su casa, en las previas fliparse en obligatorio, en las previas volvemos a ser niños imaginando papazos por la escuadra y fallos garrafales del rival, la previa siempre es un horizonte por descubrir, un sueño recién empezado. La marea estaba alta el sábado, la barra no se veía y a esas olas bravas solo las podía parar Álex Suárez, un titán, el tío. Por la Cícer, al final, por la casa de Manuel Padorno, con los bares atestados de gente, los guiris ataviados con las blusas de sus equipos: Schalke O4, Liverpool, Inter de Milán, Barcelona, pero, sobre todo, amarillas, muchas camisetas de la Unión Deportiva, mucha gente calmando el gaznate, mucha gente mezclando la ilusión con alimento. En los días grandes ganan todos y sufren los bolsillos.
No obstante en el campo habían un buen cúmulo de horas después 30.000 personas. Una oleada brava en pos de un sueño. Un arranque muy interesante y una primera parte ordenadita, aseada, esperanzadora con varios arreones de la Unión Deportiva, con un Barcelona incómodo, sabedor de su superioridad, pero sin estar en confianza, aunque tampoco realmente apurados. Cero dudas de que en el momento de auge amarillo, alguna de las jugadas esas hubieran acabado dentro, pero hace ya dos meses de aquello. El método hoy estaba más justificado, pero no dejaba de ser el mismo: melonazo a McBurnie y a partir de ahí, empezamos.
El caso es que el escocés estuvo bien, con tino, y de esos aguacates nació el fútbol. Enfrente, claro, el Barcelona y su constelación: Pedri, Lewandowski, Lamine Yamal, Raphinha. Cualquier instante es un universo para esos genios y así fue: Dani Olmo, que había entrado al descanso remató dentro del área una virguería de Lamine. Ahí el partido murió en nuestra alma y en la de Diego Martínez porque descabezó al equipo quitando cuatro minutos después del gol a Essugo, Moleiro y McBurnie pensando en la madre de todas las batallas que quedan (Valladolid; viernes 28 de febrero, 20:00 hora canaria) y es aquí donde se plasma con mayor virulencia uno de los más radicales diferencias entre un equipo humilde, amado y fundamental para todos frente a una infinita marca mundial: los cambios, la posibilidad de reconducir los partidos en esa norma que llegó en la pandemia y vino para quedarse: los 5 cambios que suponen una vida extra para los colosos frente a los supervivientes de este juego. En la última jugada, prácticamente, del partido, Ferrán cerró el sueño, el capítulo de la serie, ya siempre que hay uno de estos se piensa: ojalá haya más, ojalá sea algo habitual. Quedan 13 partidos para conseguirlo.