'Las naranjas'
✍ Por Román Pérez González
Hay una coplita de Pedro García Cabrera, extraordinario poeta nacido en Vallehermoso (La Gomera, 1905) que dice:
“A la mar fui a por naranjas,
cosa que la mar no tiene.
Metí la mano en el agua:
la esperanza me mantiene”.
No había otra que creer; no había más opciones porque la otra posibilidad era pensar que el equipo estaba desahuciado antes de jugar la jornada 10 porque los antecedentes así lo decían. Había que meter las manos en el agua y esperar que de ahí salieran naranjas. Y, sorprendentemente, así fue.
De repente, tras un parón de selecciones que ha sido el Infierno de Dante, donde mirar la clasificación y cualquier cosa relacionada con la UD era un dolor, llegó la primera victoria desde el Paleolítico de febrero, cuando todos éramos distintos, donde la quimera de Europa estaba relativamente cerca.
Y llegó tras sustituir a Luis Carrión por Diego Martínez, en la décima jornada, en un partido que fue el sueño húmedo de un guionista, con los protagonistas rotando y pasándose el libreto, el manual del encuentro, con ratos y paseos para la UD a partir de la primera media hora, pero hasta ahí el Valencia aplastó, casi humilló a los amarillos y al que solo le faltó la guinda de un segundo gol para cimentar en el marcador lo que se veía en el campo, pero no lo hizo y la UD empató antes del descanso y marcó a la vuelta de la segunda parte para acabar dominando prácticamente toda la segunda mitad con los goles de Fabio Silva y Moleiro hasta el gol postrero valencianista.
La jugada que define el partido, los nervios, lo frenopático del asunto es esa en la que Moleiro gambetea, se equivoca y deja a Hugo Duro solo ante Cillessen y entre este y Fran Guerra no consiguen rematar un gol cantado que provoca un despeje que acaba siendo la génesis del gol de Moleiro, a la postre el decisivo, tras grandísimo pase de McBurnie, 0 goles, pero dos asistencias que han valido 4 puntos de los seis.
La UD sigue en descenso, pero está viva: esta mañana, con la previsible visita a Mestalla, no estaba tan claro; claro que quedaba tiempo, pero nada hacía presagiar que esta inmensa alegría llegaría. Donde no había nada aparecieron las naranjas de Pedro García Cabrera.