No pasa nada por decir que el Athletic de Bilbao ha sido el mejor equipo que ha pasado por el Estadio de Gran Canaria en todo el año. Un equipo solidario, con las ideas claras y, además, aplicado para que la UD no pudiera encontrarse cómoda en casi ningún momento. A estas alturas del metraje de la peli ya todo el mundo sabe cual es su lugar en el mundo. La UD acumula tantos puntos y quedan 10 partidos para que finalice el viaje, pero ya tiene el saco tan lleno que casi queda el filo de una uña para evitar el penalti de Olías 2.0.
El objetivo ya está ahí desde hace unas semanas y solamente queda la certificación, la entrega del diploma, el equipo compite, lo intenta, deja su sello, pero en partidos así, ante equipos tan inteligentes y solidarios, cuesta varias constelaciones llegar a la portería de Unai Simón, crearle problemas a los porteros rivales. Se notó en demasía la distancia entre la UD y el rival, sideral por momentos. Especialmente en los detalles, lo que marca la calidad, lo que crea la diferencia, lo que hace la distancia en los puestos clasificatorios. La UD, creo, ha llegado a su tope, y ese tope es maravilloso.
Es un tope que no soñábamos en agosto, es un tope que hubiéramos firmado antes de la final contra el Alavés del pasado mes de mayo con sangre.
Ojalá la UD pierda los próximos diez años contra el Athletic porque eso supondrá que cada año la UD estará en Primera, estará aprendiendo, estará creciendo desde la experiencia en la élite. Por supuesto que hay que seguirlo intentando, pero se ha visto que, quizás, para optar a más, hace falta una mayor pericia, un puntito más, un mayor presupuesto para competir contra los mejores porque estos, como ya dijo Silvio Rodríguez en su momento, tienen siempre “la palabra precisa, la sonrisa perfecta” y ante ellos es cuando se ve la distancia entre un año estratosférico para un equipo normal, adorado, nuestro, pero humildísimo en la élite y un equipo histórico, uno de los grandes del fútbol en el país que está a dos puntos de la Champions y en la final de Copa. A disfrutar lo que queda.
