No siempre ha sido así, hubo un tiempo en que era un dolor porque no se sabía qué sorpresa habría especialmente fuera de casa. No hace tanto, coger un avión era cruzar los dedos, era taparse la cara, era joderte un sábado por la tarde o un domingo y luego a lo mejor hacías cosas, pero tenías ese regusto, ese resquemor en el estómago.
Es sólo fútbol, sí, pero marca el latido del día, del fin de semana, del estado de ánimo de la vida
Si lo ves desde fuera te parece absurdo y lo entiendo, pero si lo sientes así, sabes que tengo razón. La UD encajaba goles ridículos a puñados y aspirabas a llegar al último puesto del PlayOffs, si eso, pero te agarrabas a esa alegría efímera como Kate Winslet a la famosa madera en la que cabían los dos, porque era lo que había, a lo que había que aferrarse porque no mucho tiempo antes el objetivo era mantenerse en Segunda.
Llegar aquí ha costado tanto que cada partido es una perla, una piedra preciosa a la que mimar, con la que disfrutar, saborear esto porque sabes que en el otro ascenso, con Quique, cuando todo era mágico la tortilla se viró demasiado rápido y llegó el drama como una exhalación y la rueda del sufrir volvió al punto de partida sobre nuestras cabezas, a tener que volver a empezar, con el alma y las heridas todavía lacerantes
Hay que disfrutar de esta felicidad porque dura poco en la realidad aunque en nuestro espíritu estos días se vayan a quedar para siempre en el huequito donde están Orlando, Eloy y Chili en Elche, donde habita el 4–2 al Real Madrid con doblete de Rubén, donde se asienta Vinny Samways ordenando nuestros sueños, donde descansa el gol de Boateng al Villarreal o el regate de Tana a Sergio Ramos.
En ‘el amor en los tiempos del cólera’, Gabriel García Márquez nos hace viajar junto a una pareja por todos los avatares de la vida hasta llegar a la vejez, juntos, heridos, orgullosos. Así andamos con la casaca amarilla los aficionados de la UD en estos días. Gracias. Muchas gracias. Que dure. Ojalá dure. Gracias.
