"Un desafortunado revés"

Una voluntaria denuncia el fallecimiento por hipotermia de un sin techo en Ciudad Real

Podría ser la crónica de una muerte anunciada. Esta voluntaria de una ONG ciudadrealeña ha denunciado públicamente en Onda Cero el fallecimiento, durante las pasadas Navidades por hipotermia de un 'sin techo', que vivía en un coche con síndrome de Diógenes.

Consoli Romero

Ciudad Real |

UN DESAFORTUNADO REVÉS.

Un día vives una vida apacible: el sol de primavera entra por tu ventana, sonidos amables en tu despertar, un trabajo que te espera, sucesos insignificantes que van tejiendo la cálida atmosfera de un hogar al regresar: el olor a comida recién hecha, un

baño caliente, un sofá frente a un televisor… quizá, hijos que reclaman nuestra maestría en su infancia o, el rostro que amamos al finalizar el día…y, Otro día cualquiera, como viento que muda el rumbo de una barquita en la mar, te encuentras con unas copas que sobraron, unas palabras que, como pedradas no debieron nunca alcanzar el blanco que las sufrió y, repentinamente, sin que sepamos cómo, una fisura se abre a la oscuridad. Algo parecido a un animal carroñero va invadiendo un espacio que creímos conquistado, la voluntad doblegada a su nueva medicina nos arrastra y, desposeídos de nuestros afectos y desnortados en quien creemos ser, devoramos y extinguimos la pequeña luz que una vez nos guío para situarnos en un nuevo territorio inhóspito: una calle extraviada, un recoveco de un parque o un coche abandonado.

Ahí fue dónde conocí a P. B.. .en los aledaños de la ficción; Vivía como un Diógenes en su cueva, rodeado de apegos a objetos inservibles, alimentos putrefactos y una adicción al alcohol como única anestesia para una realidad que cada vez percibía con más dificultad. Un voluntario no juzga, sólo acompaña unos breves instantes esa realidad marginal. Y, eso hacíamos, nunca le preguntamos qué fue su ruina, sólo le procurábamos alimento, asistencia sanitaria, insignificantes gestos de ternura como una ración extra de galletas o de sus natillas preferidas, pequeñas anclas a la esperanza, que le recordaran qué aún era posible desandar el camino, regresar a casa… . Pero… una vez te conviertes en un fantasma en vida, estás ya muerto.

El día 24 de diciembre, a medio día, le llevamos un caldo caliente que apenas quiso beber, recolocamos unos cartones que lo protegían del frio de las ventanas, cuyos cristales habían sido alcanzados por las piedras de algún desalmado y nos despidió con un inusual gesto de picardía infantil y una leve sonrisa. Pensé en lo insólito de su docilidad a ese destino atroz. Nunca lo oímos quejarse ni perder su dignidad entre tanta inmundicia…., de forma inconsciente, murmuré: “…Que Dios te bendiga…”.y nos despedimos.

El día de Navidad lo encontraron mis compañeros en estado de hipotermia, como tantas otras veces fue llevado al Hospital, pero ya no regresó al destartalado y minúsculo lugar que el mundo le había asignado. Entre sueños lo vi dirigirse sonriente, como un náufrago que ha sobrevivido la tempestad, hacia la profundidad del mar, bajo la cálida luz del atardecer…Mientras, en la radio un político se felicitaba de la suerte de los escasos registros de personas vagabundas en la ciudad, ignorando su número real (tal vez porque son seres invisibles para el escrutinio) y, obviando la inexistencia de comedores sociales o albergues permanentes que los protejan de la inclemencia del tiempo o, simplemente, de su trágico destino, con un final digno de una sociedad más humanizada.

Alguien me dice que no sea tan dura, que repase la historia, que esta civilización no es más cruel que otras. Tal vez no, pero sí es más sofisticada…Sobre una mesa en un despacho judicial los papeles de incapacitación de P. B. seguirán esperando para acordar su internamiento en un centro.

Carmen González Martín-P