Ecologista en Acción (EA) basa dicha postura en el actual contexto de cambio climático, en el que cada árbol debe ser considerado un tesoro excepcional que actúa como sumidero de carbono, regula de forma muy efectiva la temperatura con su sombra y su evotranspiración y, de paso, mejora la calidad del aire, dotándolo de oxígeno y absorbiendo su contaminación a la vez que da alimento, sombra y cobijo a otros seres vivos, incrementando así la biodiversidad de nuestro entorno.
En este sentido, la OMS, por ejemplo, asegura que se necesita, al menos, 1 árbol por cada 3 habitantes para respirar un mejor aire en las ciudades, proponiendo, también, en cada ciudad, un mínimo de entre 10 y 15 m² de zonas verdes por habitante.
Los ecologistas ponen el foco en que son los árboles grandes, a partir de 8-12 m. de altura o anchura de masa foliar, los que verdaderamente aportan los beneficios ambientales y que las actuales plantaciones de “arbolitos”, por muchas que sean, llegan tarde ante un cambio que ya es ahora mismo patente.
Argumenta también que cualquier proyecto urbanístico de este siglo XXI, con susexcepcionales circunstancias, debe tener la creatividad y el sentido común de respetar y adaptarse al arbolado preexistente de un lugar. No es difícil ni imposible, y cualquier arquitecto/a con una mínima profesionalidad puede lograrlo, según EA.
En este sentido, y dada la gran amplitud de la parcela del Seminario Diocesano, no es fácil entender, dicen los naturalistas, cómo se ha pretendido levantar una nueva edificación destinada a residencia sacerdotal justo en ese lugar, a costa de arrasar más de dos mil metros cuadrados de chopos, pumilas y arizónicas, en un estado de madurez avanzado.