10 días y más de 200 kilómetros caminando por barro, tierra y asfalto, desde Ponferrada hasta Santiago de Compostela. Marta, Maju, Javi, Jordi, Estanis, Rafa y Eva empezaron el Camino de Santiago solos, con su mochila, y, etapa a etapa, se acabaron convirtiendo en una familia y forjando una amistad.
Han compartido 240 horas caminando, riendo, apoyándose, llorando y, sobre todo, compartiendo historias.
Da igual si eres religioso, espiritual o no. Porque el Camino de Santiago no es solo un itinerario que dirige los pasos de los peregrinos a la tumba del Apóstol Santiago el Mayor. Con los siglos, se ha convertido en una vía desarrollo cultural, artístico y humano en toda Europa. Por ello, fue declarado Patrimonio de la Humanidad, además de convertirse en el primer Itinerario Cultural Europeo.
Este grupo de 7 peregrinos decidió hacer el Camino a pie el mes de agosto. Todos los días se levantaban a las 5 o 6 de la mañana para recorrer una media aproximada de unos 25 km (4-6 horas), llegar a la meta y conseguir, seguramente, lo más difícil; una cama en el albergue municipal.
La característica principal de estos alojamientos es que no aceptan reservas y las camas se asignan en función del orden de llegada, dando preferencia a los peregrinos que hacen el Camino a pie. A este grupo, algún albergue les colgó el cartel de completo, así que tuvieron que buscar alternativas, bien en hospedajes privados o caminando hasta el siguiente pueblo.
Según cuentan, “el Camino es caminar, es silencio, es esquivar obstáculos, superarse, reflexionar, el llevar poco, la solidaridad, el creer en ti y el darte cuenta”. Explican que “el Camino no se adapta a ti, sino que eres tú quien se adapta al Camino” y eso es lo que lo hace especial; “es la magia de Camino”, aseguran.
Y a pesar de las ampollas, lesiones, el cansancio y ciertos imprevistos, ¿consiguió todo este grupo llegar a las puertas de la Catedral de Santiago?
