Eva Tobalina Horá, autora del libro Los Caminos de la Seda. La historia del encuentro entre Oriente y Occidente, publicado por La Esfera de los Libros, ha presentado su más reciente obra en el programa Nits de ràdio de Onda Cero Catalunya, donde ha asegurado que no debemos hablar de una única "Ruta de la Seda", sino de una intrincada red de caminos terrestres y marítimos que variaron según las estaciones, las conquistas y las necesidades de los viajeros.La popular imagen de una carretera única que conectaba China con Constantinopla es un mito simplificado. Según la autora, “el término Ruta de la Seda fue acuñado en 1877 por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen, mucho después de que estas rutas hubieran desaparecido”.
Durante su apogeo, entre el siglo II a.C. y el XVII-XVIII d.C., los comerciantes recorrían solo pequeños tramos de estas rutas, llevando consigo mercancías que pasarían por decenas de manos antes de llegar a su destino final.Y no era solo seda lo que circulaba en esta vasta red. La porcelana china, los lacados, las especias del sudeste asiático, las pieles de Siberia, el incienso y la mirra de Arabia, así como el vidrio romano y otros productos, componían este mosaico comercial. “Estas rutas no solo servían para el intercambio de bienes, sino también de ideas, arte, religión y tecnología, uniendo mundos aparentemente lejanos”, como indica Tobalina.La especialista pone, además, especial énfasis en los territorios desconocidos y las dificultades a las que se enfrentaban los viajeros.
Desde el Corredor de Gansu y el Desierto del Taklamakán, hasta los desiertos de Asia Central, “los viajeros lidiaban con climas extremos, alturas, bandidos y la necesidad de encontrar agua y alimentos. Los caravasares, puntos de descanso distribuidos estratégicamente a lo largo de estas rutas, se convirtieron en salvavidas para los mercaderes”.Y es que, además de los caminos terrestres, la autora explora las rutas marítimas, que conectaban las costas del sudeste asiático, la India y África oriental. La descripción vívida de estos viajes nos permite imaginar a los marineros contemplando las costas exóticas de tierras lejanas.Algunas ciudades se convirtieron en auténticos epicentros del comercio y la cultura.
Como indica Tobalina, “Bagdad, por ejemplo, no solo fue un centro comercial, sino también un bastión intelectual durante el califato abasí en los siglos IX y X. La Casa de la Sabiduría albergaba uno de los mayores tesoros bibliográficos de la época y reunía a sabios de diferentes rincones del mundo”. La autora nos invita a redescubrir esta ciudad a través de su historia, pero también a través de la magia de Las mil y una noches, asociándola con personajes icónicos como Harún al-Rashid o Simbad el Marino.Otro ejemplo notable es Merv, conocida como "la madre del mundo".
Ubicada en lo que hoy es Turkmenistán, esta ciudad fue en su época una de las más grandes y opulentas del planeta. Sin embargo, como muchas ciudades en el corazón de Asia Central, Merv fue arrasada por los mongoles en el siglo XIII y nunca volvió a recuperar su antigua gloria.Para Eva Tobalina, uno de los aspectos más fascinantes de estas rutas es el mestizaje cultural que propiciaron. “Entre los numerosos ejemplos, destaca la historia de Catalina, una joven italiana que murió en China durante el siglo XIV. Su lápida, encargada por su padre a un escultor chino, muestra la representación de Santa Catalina de Alejandría con elementos propios del imaginario artístico chino”, indica la autora. Así, la mártir aparece como una monja budista, los soldados son chinos, y los ángeles tienen características propias del arte oriental.
Este relato encapsula la esencia de los Caminos de la Seda como espacios de intercambio, no solo de bienes, sino de ideas y sensibilidades.Pero los Caminos de la Seda no solo fueron rutas de comercio, sino también escenarios de conquistas y expansiones imperiales. El califato abasí utilizó estas rutas para consolidar su influencia, mientras que los mongoles las convirtieron en la "autopista" de sus conquistas durante el siglo XIII. Sin embargo, después de las devastadoras campañas de Gengis Kan y sus descendientes, llegó la Pax Mongólica, un periodo de estabilidad y prosperidad en el que las rutas florecieron nuevamente bajo la vigilancia de estos temibles jinetes.Incluso Tamerlán, conocido por sus conquistas brutales, utilizó las rutas para establecer un imperio dedicado al comercio y la artesanía. Este patrón de destrucción y reconstrucción cíclica es una constante en la historia de estas rutas.
Tal como explica la profesora, “el ocaso de las rutas terrestres llegó con la expansión de las rutas marítimas abiertas por los europeos. Los portugueses, al circunnavegar África para llegar a la India, y los españoles, al establecer el Galeón de Manila, crearon alternativas más rápidas y seguras para el comercio con Asia. Sin embargo, las rutas marítimas no terminaron con el intercambio cultural y comercial que definió a los Caminos de la Seda, sino que lo transformaron”.Eva Tobalina recuerda que los Caminos de la Seda fueron mucho más que rutas comerciales: fueron la columna vertebral de un mundo interconectado, donde el conocimiento, el arte y la religión fluían de manera tan natural como las mercancías.
Su libro invita a reflexionar sobre cómo estas conexiones ancestrales dieron forma al mundo que conocemos hoy y cómo, en un momento en el que volvemos a hablar de una Nueva Ruta de la Seda, el espíritu de intercambio y mestizaje sigue siendo más relevante que nunca.