Hoy quiero compartir mi columna más personal. Creo que la ocasión lo merece. Esta semana cumplo 25 años de casado y, por supuesto, ¡con la misma mujer! Tal como viene el mundo, no es un detalle menor, ya me entienden. Yo solo puedo dar gracias, especialmente a Silvia, quien hizo posible la familia que construimos juntos: tres hijas, una vida estable y muchos proyectos juntos. Fue por su generosidad que nos casamos un 20 de diciembre, pero en esta ocasión nos permitiremos celebrarlo en verano: son esas revanchas que nos da el tiempo.
En 25 años pasan muchas cosas: las relaciones se acercan, se alejan, se tensionan, se transforman... ¿Quién dijo que era fácil? No lo es. Nunca lo fue. Pero el éxito de los matrimonios radica en conocerse primero y en remar en una misma dirección después. La familia es un trabajo de vida, una inversión que aporta unos beneficios incalculables a corto, medio y largo plazo. No hay sacrificio más esperanzador y, para qué voy a engañarles, compartir una misma fe también suma en el éxito.
Me tomo el atrevimiento de compartir esto con todos no solo por la efeméride, sino también porque siento que es la ocasión de revindicar el valor de la familia, la constatación del premio de un modelo que se desvanece en un nuevo mundo. Los jóvenes suelen tener otras prioridades hoy en día: viajar, tener trabajos a la medida de su felicidad, ganar todo el dinero que puedan, disfrutar de los placeres que ofrece el consumo, tener un perro, un gato o cualquier mascota que haga de sucedáneo de una responsabilidad mayor. Las relaciones están ancladas a lo físico y, por ello, los fracasos se suceden como las citas en una mesa de First Dates.
La vida no se comprende igual en la juventud que en la madurez, pero un día llega el tiempo de valorar los frutos, de hacer balance del amor, que es lo único que nos hará verdaderamente felices. Como reza el Evangelio de San Mateo, solo se puede construir sobre roca para tener opciones de futuro y hoy percibo que muchos jóvenes solo saben construir sobre arena. Muchos de ellos, cuando quieran darse cuenta, sus vidas estarán más inestables de lo que una vez soñaron.
¿Qué quieren que les diga, amigos? Así es como yo veo las cosas, sin ser ejemplo de nada, siempre luchando por construir mi mundo, ese que me gustaría legar a mis hijas y, ¿por qué no?, a todos aquellos alumnos que alguna vez tuvieron la paciencia de escucharme… Como todos ustedes, amigos. Muchas gracias y muy feliz Navidad.