Estamos saturados de la DANA, y yo también. Si no fuera porque ha supuesto un golpe gravísimo en lo personal y en lo colectivo, me atrevería a ser políticamente incorrecto y a decir que a algunos les ha venido como una bocanada de aire fresco. Por supuesto que a ninguno de los afectados, desde luego, pero parecería que a los hooligans de siempre se les ha aparecido la Virgen, y ahí tenéis a esa jauría desaforada deseando un nuevo Botànic, como si la urnas ya no hubiesen hablado un año atrás.
Ya manifesté la semana pasada mi impresión: a Mazón la DANA lo sorprendió y puso en evidencia muchos errores, ¡pero a nadie bien intencionado y con los pies en la realidad se le puede ocurrir que Mazón no habría avisado del caudal de agua de haberlo sabido! Más bien habría que preguntarse, no por qué no lo supo Mazón, sino por qué no lo supo nadie competente para difundirlo. ¿Acaso había algún plan prestablecido para generar un desastre? ¿Acaso alguien imaginaba en hora y tiempo lo que iba a pasar en ese barranco? ¿Acaso cuando se lanzan las alertas rojas por los canales oficiales la gente no las leyó? Porque las alertas estaban y, aun estando, la gente estaba en la calle. ¿Era Mazón quien tenía que avisar? ¿Y si hubiera estado enfermo? ¡Es una necedad creer que hasta que él no estuvo en el CECOPI no se pusieron en marcha! Más bien creo que la Conferencia Hidrográfica del Júcar tiene mucha más responsabilidad de la que ellos se atribuyen que, más bien, es ninguna.
Pero ahí están los de siempre, linchando a Mazón como si fuera un muñeco de trapo y, el president, disparando hacia Madrid y atrincherándose en su desgracia, esperando que escampe un temporal que no parará. Y no sé si será capaz de aguantarlo.
Por eso hoy me quedo con una imagen, con un deseo. Muchos ciudadanos echamos de menos más de un Juan Sagredo y de un Gerardo Camps, del PSOE y del PP, quienes aparcaron las guerrillas y se fundieron en un emocionado abrazo en el senado a cuenta de la tragedia. Esta imagen no debería ser una utopía, sino un modelo, un horizonte de forma de gobierno. No sé si nuestro presidente necesita acabar con la división, pero estoy convencido de que un grueso de la ciudadanía, sí. Necesitamos más puentes y menos muros; más crítica constructiva que golpes bajos cada dos por tres.
Me quedo con ese abrazo entre el PP y el PSOE, amigos, alejados de los agitadores de turno. Quizás, no sea mala idea que muchos lo escribiésemos en la carta a los Reyes Magos y, quién sabe, quizás, sea el principio de una nueva España que está por venir, pero sin los que están.