El golpe de la última DANA dejó a toda España en shock. Pasan los días y cuesta retomar la rutina sin recordar que una herida de fango y chatarra ha dejado muy tocada a Valencia. Las consecuencias inmediatas son tan grandes que es imprevisible cómo puede repercutir en la economía de la región y del país. Más allá de los bulos, a un servidor le da la sensación de que el número de muertos es un acto de fe, porque desde hace más de una semana no cesan de aparecer cadáveres, pero las cifras apenas se mueven. En fin, un desastre, una paranoia inagotable que costará olvidar.
En mi última columna compartía el estupor de que el juego político hubiese estallado desde el minuto cero. Ahora mismo, asistimos a ese juego de tuya y mía, y va y viene, con especial protagonismo para Carlos Mazón, a quien, por si no lo saben, ya pueden linchar al módico grito de “todo es culpa tuya”. Me enervan los ideologizados, los radicales que no atienden a razones y, como fanáticos abducidos, repiten sus siglas y a su líder, aunque este haya descendido a los infiernos, y además lo sepan. No puedes dialogar con ellos: no razonan, no escuchan y siempre tienen la verdad. Son los radicales de la política, los que dividen, los que se aprovechan del mal ajeno para sacar tajada. Y por supuesto, ahora le toca a Carlos Mazón, que lo está poniendo en bandeja, sobre todo con lo que se va sabiendo de la gestión de la tragedia.
Para aquellos que no están fanatizados, Carlos Mazón era un tío que caía bien: campechano, buen orador, bastante tolerante, aunque obviamente remando para su orilla popular. Parecía vivir una luna de miel en la política valenciana hasta que, de improviso, también la DANA lo arrastró a él, como si lo hubiera pillado paseando por una calle de Paiporta. Todo falló. Carlos Mazón es quien ponía la cara y el micro, pero alrededor hubo una descoordinación incomprensible. Al parecer, en ese reino de taifas, cada cual velaba por su puesto, y a cada cual le importaba mandar su email, mover su papelito o cumplir con lo que estrictamente le tocaba. “A mí no me toca llamar”, “a mí no me toca evaluar”, “a mí no me toca informar de esto o de aquello, y mucho menos saltarme protocolos”. Tenemos muchos incompetentes y trepas que llegan donde están porque alguien los coloca, y entre todos la mataron y ella sola se murió. De hecho, tenemos hasta la guinda del pastel: una consellera valenciana responsable de emergencias que desconocía a las 20h del martes que se podían enviar alertas al móvil.
Lo voy a decir en plata, amigos: a Mazón, ese buen chico bien intencionado y a su equipo de quita y pon, la DANA los pilló con el culo al aire. Pero no solo a ellos, sino a los de la AEMET que se limitan a decir yo ya lo dije; a los de la Confederación Hidrográfica del Xúquer que avisan con un email que se viene un tsunami; a un presidente de gobierno que deja cocerse en su salsa a un Mazón desorientado… ¡No me envíen a la hoguera al president de la Generalitat, por favor! ¡No se ensañen con una de las piezas del puzle! A unos les va pegar a un presidente de gobierno con un palo y a otros linchar mediáticamente al chivo expiatorio que tuvo que dar la cara durante la DANA ¿Es que nadie podía avisar si no lo hacía Mazón?
Me enferma la demagogia y por eso la denuncio. Pero igual que digo esto, también entiendo que, por el bien de su partido y de él mismo, Carlos Mazón debería dimitir. Su continuidad no solo se hace insostenible, sino que desgasta a su partido de una forma injusta. Mazón, eixe bon xic, no es el culpable, pero sí el responsable. Difícilmente se pudieron cometer más errores a su alrededor, y él mismo. El hacer una defensa numantina de su cargo y de su responsabilidad es algo que lo va a deshonrar a él y que encenderá a muchos en su linchamiento mediático. Es hora de comprender que la política no es un premio, sino una responsabilidad. Es hora de que lo comprenda. Siempre es mejor dejarlo con la cabeza bien alta a que te echen entre calumnias que no buscan prepararnos para futuras riadas, sino hacer el agosto en política.