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El muro de Berlín

Por el profesor y escritor Javier Arias Artacho

ondacero.es

La Ribera | 25.03.2024 14:39

Recientemente he pasado unos días en Berlín y, tal como esperaba, cumplió con mis expectativas: viajar a ese pasado relativamente reciente que vivió Europa y el mundo. Un pasado, sin embargo, remoto y desconocido para la mayoría de los jóvenes que no imaginan una ciudad dividida por un muro de la noche a la mañana. En agosto de 1961, la mitad de Berlín se convirtió en una isla de bienestar y libertad rodeada por el mundo soviético. Ese mundo se llamaba la República Democrática Alemana, donde la democracia exigía lo que debía pensar el pueblo, lo que debían tener y lo que debían saber. Aquella Alemania que nació tras la segunda guerra mundial era un país de colas, de precariedad, falta de alimentos y libertades. Eso sí, la sanidad y la educación eran gratuitas.

Sobrecogen las historias de las familias divididas para siempre por la intransigencia de un muro que era necesario para imponer una forma de pensar, para imponer lo que es bueno para el pueblo, para imponer un estado que lo controla todo y lo sabe todo. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, el nuevo absolutismo comunista que imponía sus ideas y los protegía del peligro capitalista. Paradójicamente, aquel pueblo no temía lo que había del otro lado del muro y muchos entregaron su vida intentando atravesarlo.

Queridos amigos, siento que el mundo de hoy tiembla con un tipo de etiquetas, pero ignora y a veces bendice la nostalgia comunista. ¡Qué se lo digan a los de Europa del este! Nadie que se acerque al muro puede olvidar lo que fue el comunismo. Sin embargo, aquí algunos siguen con la cantinela de la intervención del estado, el control de los medios de comunicación y la imposición de unas ideas que se consiguen justamente de esa manera: desde la prensa y la educación.

Vivimos un tiempo de paz y no siempre sabemos valorarlo y cuidarlo. La manipulación, el engaño y el retorcer la democracia con las herramientas que da el poder me llevan a pensar que todo es posible y que el tiempo de paz que vivimos no es para siempre. Los jóvenes no imaginan otro escenario, pero la historia siempre esta ahí para recordarnos la necedad del ser humano, que olvida con facilidad.

Al fin y al cabo, como escribía San Pablo, todo pasará y lo único que permanecerá será el amor. Nuestra terquedad no nos ayuda a comprenderlo.

Feliz Semana Santa, amigos.