Hay mentirosos y mentirosos. Es verdad que hay quien miente para ayudar a alguien o evitarle un mal, pero para mí estos no cuentan. Cuentan los patológicos, los de psiquiatra, que lo pobres ya tienen bastante con el ridículo en que se convierte su vida; o los ocasionales, los que intentan evitar males mayores y disgustos y mienten a veces con reparo. También están los manipuladores, los que la lían para sacar algún provecho o, simplemente, los mentirosos de trinchera, aquellos que sacan toda su artillería de falsedades para salvarse a sí mismos, caiga quien caiga. La mentira es despreciable en todos estos casos, pero especialmente en estos últimos, los de trinchera, como digo yo, dispuestos a todo con tal de ganar.
En nuestra sociedad hay un profundo rechazo a los mentirosos. Nos irritan y solemos alejarnos de ellos. Sin embargo, en la política se sienten amparados por su oficio, el de mentirosos, y no siempre los votantes saben castigar a quien miente. Esto dice mucho de nuestra cultura, y de lo que nos sucede. La política juega con el disimulo: las medias verdades, los ocultamientos… Este juego sucio para mí es reprobable, pero cuando se da el paso de mentir con descaro e impunidad no solo es reprobable, sino además indignante e intolerable. Ahí tienen al señor Nicolás Maduro afirmando, jactándose y riéndose del pueblo venezolano diciendo que ganó unas elecciones, cuando la comunidad internacional tiene constatado que no fue así. Sin embargo, lo que más me sorprende es el aplauso de los tontos útiles, los palmeros de turno que, por interés o no, consienten la mentira, la niegan o minimizan. Una sociedad democrática que permite esto, no está sana.
Las mentiras de Pedro Sánchez son muchas y variadas. Algunas se pueden interpretar de oficio de político, como las de Mazón, las de Ayuso o las de quien sea. Pero en él, esos “cambios de opinión” han sido tantos, pero tantos, que sonroja escucharlos. La última de sus mentiras de trinchera exonera de cualquier responsabilidad al fiscal general del Estado, imputado por el Tribunal Supremo por revelación de información confidencial de un ciudadano, al mismo tiempo que no hay nadie que sepa sumar uno más uno y no sepa que, con las pruebas que hay, su culpabilidad la ve a hasta un ciego. En este caso, la mentira es con descaro e impunidad, lo que me lleva a preguntarme cuántas mentiras más sería capaz de decir con tal de obtener buenos resultados personales. Y lo que es para mí aún más sorprendente, ¿cómo es posible que medios afines y miembros de su partido consientan, repitan y aprueben la mentira?
Queridos amigos, I have a dream. Tengo un sueño y confío en que llegue una nueva era en el país, cuando sea, con el PP, con el PSOE o con cualquier político que quiera gobernar con honestidad. Tengo un sueño y anhelo una ciudadanía que no consienta la corrupción, pero tampoco la mentira. Si nuestros políticos supiesen que ante la constatación de la mentira estarán de patitas en la calle, otro gallo nos cantaría. Pero aquí mentir es gratis, ¡y tanto que es gratis! Si no lo fuera, no tendríamos la broma del CIS de cada tanto, y tantas y tantas a las que nos hemos acostumbrado… como borregos.