Como dice el refrán, dime de qué presumes y te diré de qué careces. A veces nos cuesta descubrir que la humildad y la prudencia nos hacen más sabios, nos suman afectos y nos ahorran críticas. Y no es que el vivir desde cierta distancia del ego te ahorre las críticas, siempre habrá alguien dispuesto a criticarte. Es ley de vida. Sin embargo, la prudencia nos hace más auténticos, más dignos ante nosotros mismos y ante los demás.
Esta debería ser una actitud de vida también aplicable a la política. Me irritan especialmente las sobreactuaciones que, por lo general, vienen cargadas de demagogia y populismo. Es evidente que son rentables y que la masa compra los discursos de “mi, me, conmigo” de una manera fácil. ¡Cómo podemos pretender que no haya líderes populistas! ¡Si los fabrica el pueblo! Hay que escucharlas y escucharlos mentir y sobreactuar sin consecuencias, con las palmaditas en el hombro de los fanáticos que solo buscan ganar y sumar para su causa. Esta es la fauna que alimentamos y el modelo para asaltar el poder.
Generalmente funciona, porque la política es el arte de disimular, pero otras veces el circo y la palabrería estallan en la cara. Es lo que tiene estar en los medios e ir poniendo listones muy altos para los otros, tal como dicta un buen manual del demagogo. Entonces, el efecto bumerang te deja en ridículo y evidencia quién eres, lo que representas y que, quienes te sostienen y acompañan, comparten contigo el desmedido arte de mentir, el desmedido deseo de estar ahí por el poder o la pasta.
Marcarse un Íñigo Errejón es más que un tropiezo. No solo porque pone negro sobre blanco quién eres, sino porque te llevas a unos cuantos con tu caída. ¡Tú, que has enarbolado las banderas de un feminismo ideológico y sectario! ¡Tú, que has contribuido a hinchar a ese patriarcado que era la salsa de todos tus discursos! ¡Tú, que, como tantos otros, se erigieron en portavoces de la verdad y de la nueva moral! Justo tú, Íñigo, el que fabricaba eslóganes de feminismo electoral para las masas radicales. Tú, justo a tú, ahora tienes que salir del armario de los violentos y machistas, de los de verdad, y no de los que etiquetabas simplemente por no compartir tus sobreactuaciones y las de tantos otros y otras.
Algún optimista dirá: “son gajes del oficio”. Sin embargo, estos tropezones personales son hachazos a la credibilidad de un grupo al que le fascina sobreactuar, porque cuando vez una cucaracha das por hecho que hay muchas más. Entonces los ilusos descubren que vivir del cuento se puede, hasta que más de un tonto comprende que todo es un circo, y que no puedes fiarte de ellos: esos que levantan la voz y sobreactúan dando lecciones de pacotilla. Esos mismos que no son prudentes porque, más allá de las convicciones, está la dignidad que es lo que te sostiene como ser humano.
Yo tomaría nota. Torres más altas han caído y seguirán cayendo, aquí y allá, siempre que vengan a asaltar la política para montarse un chiringuito.