No fue la primera, pero es, sin duda, la más contada y la que mejor puede resumir todos los conceptos básicos relativos a la organización de grandes eventos, el posicionamiento de una marca, la comunicación del deporte de la vela, la regata como reto tecnológico y comercial, e incluso, la supremacía de un Estado.
Pero hoy quiero contarte como nació… porque es una historia de bribones y caballeros, todo a uno.
Sucedió en 1851, con motivo de la Exposición Universal de Londres.
En el imperio británico, las regatas formaban parte de su tradición en la que competía lo mejor de la sociedad, que navegaban con corbata y uniforme porque ‘era un deporte de caballeros’.
Algunos hombres de negocios del Club náutico de Nueva York pensaron en incrementar su fortuna a costa de los ingleses. Era conocido que los ingleses apostaban casi por todo, y su afición a las regatas. Así que encargaron un yate con un nuevo diseño y se fueron a competir en las regatas organizadas con motivo de aquella Exposición Universal. La Goleta se llamaba El América.
Su objetivo era pasar desapercibidos, algo así como el hermano pobre; apostar por la velocidad de su barco ante los engreídos ingleses y conseguir una fortuna.
Surcaron el Atlántico y llegaron al puerto Francés de Le Havres, donde cambiaron las velas de transporte por las de competición, y pusieron rumbo a la isla de Whitg.
Cuando llegaron, tuvieron que esperar a la luz del día para poder entrar en puerto. Y ahí, la fastidiaron. Un buque inglés salió a curiosear y a acompañarlos hasta la bocana del puerto. Los americanos no pudieron resistir la tentación y compitieron en velocidad con él.
La noticia de la velocidad de ‘El América’ se extendió como la pólvora y ningún británico quiso medirse ni apostar con él.
Imagina como sería la cosa, que finalmente, el The Times publicó una editorial acusando a los ingleses de cobardes.
El América no pudo desafiar a los barcos ingleses y sólo pudo inscribirse en una regata, la Copa de las 100 Guineas, dotada con una jarra de plata. Se enfrentaron a 15 buques, lo mejor de la armada británica, en un recorrido que daba la vuelta a la isla de Wight.
Dejando a un lado algunas consideraciones ‘éticas’ sobre la ‘honestidad’ de ‘El América’ en su navegación, lo cierto es que sacó una ventaja tan significativa, que cuando cruzó la meta, la Reina Victoria, preguntó: “¿y el segundo?”, a lo que se le contestó: “Majestad, no hay segundo”.
El América no consiguió su objetivo de ganar dinero con las apuestas, pero la sociedad que lo había armado supo rentabilizar la inversión y su imagen. El armador vendió el barco en Gran Bretaña, sus tripulantes fueron recibidos como héroes en Nueva York; y sobre todo, se convirtió en el símbolo de la victoria del nuevo mundo sobre el viejo continente.