Recuerdo perfectamente las tardes en las que, siendo bien pequeño, iba al fútbol. Por razones obvias, mi padre no me podía llevar al estadio los domingos por la tarde. Era mi abuelo Roque el que lo hacía. Me veo todavía acercándome a su casa para irnos juntos, en el Seat Ritmo verde, con las almohadillas de tela en una bolsa de plástico, aparcando en la plaza T-20. Me acuerdo con precisión del sitio en que nos sentábamos cada domingo a ver al Elche. Del olor al puro que fumaban alrededor y que siempre he asociado a los domingos por la tarde y al fútbol. De la radio negra, pequeña, con una larguísima antena plegable, en la que escuchábamos, quiniela en mano, el carrusel con los demás partidos en juego aquellas tardes en las que este deporte no era tan moderno y todos jugaban a la misma hora, a las cinco de la tarde de cada domingo.
También me acuerdo de escuchar muy atento los comentarios de mi abuelo acerca del partido, dándole a entender que comprendía todo lo que decía, pero sin enterarme realmente de nada. Y también de salir siempre cinco minutos antes de que acabara el encuentro para no coger el atasco de la salida (renegando siempre porque yo quería quedarme hasta el final). Llegar a mi casa a tiempo para cenar y acostarme después de haber pasado otra tarde de fútbol con mi abuelo.
Os parecerá una tontería mayúscula, y probablemente lo será, pero una de las razones principales por las que me hizo mucha ilusión tener un hijo fue por la satisfacción de poderle llevar al fútbol cada domingo, sentir la alegría de poder inyectarle en vena el amor al Elche CF que me metieron a mí desde pequeño, y el enorme orgullo de que él sea ahora quien, más de una vez, tire de mí para ir al fútbol cuando la pereza amenaza con dejarme en el sofá. Esos recuerdos que casi todos nosotros tenemos, de ir al fútbol con nuestro padre, con nuestro abuelo (en el caso de mis hijos, ahora pueden hacerlo con ambos), o con cualquier otro familiar o amigo, son una parte fundamental de mis recuerdos de infancia.
Sin duda, de los más gratos de los que guardo en la memoria. Y así me gustaría que les sucediera a mis tres hijos. Si vosotros podéis, como yo, recordar aquellas tardes en las que, de la mano de aquella persona tan especial para vosotros, os acercabais a Altabix, o al Nuevo Estadio, o al Martínez Valero, y las rememoráis con tanta nostalgia como yo, seguro que os consideraréis muy afortunados. Y ese sentimiento privilegiado que guardáis dentro seguro que ni descensos ni jueces ni ningún otro de los que en los últimos tiempos han manchado la historia de nuestro club, podrá quitároslo nunca.
PD. No quería inaugurar esta colaboración que amablemente me pide Monserrate hablando de concursos, de inversores, de consejeros o de liquidaciones. Si así lo sigue considerando conveniente, seguro que tendremos tiempo de sobra para ello, desgraciadamente. He preferido empezar recordando a aquellos que, a cada uno de nosotros, nos transmitieron con su ejemplo el amor al Elche Club de Fútbol y nos lo dejaron como legado, antes que a quienes parecen empeñados en quitárnoslo; con la ilusión de que el vínculo que tenemos con el equipo de nuestro pueblo consiga superar estos tiempos tenebrosos. Démonos al menos, para empezar, esa pequeña concesión a la nostalgia.