OPINIÓN | ELCHE CF

Recuerdos de Lasesarre

Santi Gambín recuerda en Onda Cero Elche cómo vivió en Barakaldo el penúltimo ascenso a Segunda División del Elche CF

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El abogado Santi Gambín Candel opina en Onda Cero Elche. | Onda Cero Elche

Ahora que estamos a las puertas de volver a jugar una promoción de ascenso a Segunda División, quiero recordar el penúltimo ascenso a la categoría de plata, el de Barakaldo. Después vino el de Melilla, pero ese no fue, para mí, lo mismo. Ni siquiera, por la forma de producirse, el ascenso posterior a Primera fue parecido. Aquello fue un fogonazo, un partido a vida o muerte. Durante los seis años anteriores nunca habíamos disputado un encuentro así, una cita en la que podías acabar ascendiendo tras pitar el árbitro el final. Antes la promoción se disputaba con un formato de liguilla, en el que ascendía el primer clasificado de cada uno de los cuatro grupos que se formaban, en lugar de eliminatorias, como pasa ahora. Durante los seis años en Segunda B, era lo más cerca que habíamos estado del ascenso, junto aquel maldito día del Leganés.

Necesitábamos vencer ese último partido, en campo contrario, ante un Barakaldo que ya no se jugaba nada en la liguilla y, además, que en el partido entre el Deportivo B y el Córdoba, que se jugaba en Riazor, hubiese un empate o una victoria por menos de dos goles del Córdoba. Cualquier otro resultado hacía inútil una hipotética victoria. Aquel Dépor B era el filial del Superdépor, y llegaba como favorito a la última jornada. Había ganado la semana antes en Córdoba y sólo necesitaba no fallar en casa para lograr el ascenso. Así que hacer dos mil kilómetros en autobús en apenas veinticuatro horas parecía mucho arriesgar para unas opciones tan pequeñas.

Pero, para nosotros, para los que habíamos visto pasar seis años de Segunda B, de decepciones año tras año en las sucesivas promociones de ascenso, era lo más cerca que teníamos la única alegría que nos podía dar el fútbol después del chasco sufrido en Butarque. Llegábamos en un estado de euforia ya que, después del cuarto partido del playoff, nuestras opciones de ascenso se habían reducido a eso que se llaman eufemísticamente “opciones matemáticas” al empatar en casa con el Córdoba. Y habíamos logrado reavivarlas gracias a la victoria del Dépor B en El Arcangel y nuestra victoria 4-0 contra el Barakaldo en casa en un partido épico. Penalti en contra, expulsión y segunda parte en la que el Elche, en inferioridad numérica y con todo en contra, arrolló al Barakaldo y acabó goleándolo. Eso, combinado con el resultado del Arcángel, nos abría una rendija por la que apenas se colaba un débil rayo de luz. Pero esa rendija nos parecía a nosotros suficiente para entrar por ella, así que muchos nos fuimos a Barakaldo.

Muchos años después, cuando acudí, junto a otros aficionados, al Consejo Superior de Deportes a intentar averiguar si había alguna posibilidad de que este organismo estimara el recurso que se había interpuesto contra el descenso administrativo, alguien me recordó aquel partido de la forma más inesperada. Javier Rodríguez Ten, asesor jurídico del CSD, presente en aquella reunión, me dijo que él tenía un especial recuerdo del Elche CF, ya que había sido juez de línea en aquel partido contra el Barakaldo en casa, previo al ascenso. Y no solo eso, sino que fue él quien marcó el penalti y la expulsión que a punto estuvo de torcer el destino de aquella promoción de ascenso. Resultando, por si fuera poco, que cuando se retiraba el trío arbitral al vestuario alguien tuvo la puntería de acertarle a él en la cabeza con una botella. Aunque lo decía en tono humorístico, y como recordando una vieja anécdota, sin ninguna acritud, debo reconocer que no sabía dónde meterme en ese momento. Porque si el descenso administrativo dependía en cualquier medida del informe de un abogado al que en su día le pegamos un botellazo en nuestro campo cuando era juez de línea, apañados íbamos. En absoluto fue así, pero vale la pena recordar que, a veces, también los caminos del Señor Fútbol son inescrutables.

El viaje empezó con una salida a las doce de la noche del sábado al domingo, diez horas de viaje y llegada a Bilbao a media mañana, paseo y a Lasesarre. Dos horas de infarto, gol de Enric Cuxart nada más empezar el partido, expulsión de Dani Marín a los veinticinco minutos, sufrimiento durante los sesenta y cinco restantes, con uno menos y una renta mínima. El resultado en Riazor, empate a cero, nos valía, pero estábamos a un solo gol del Dépor B para que el esfuerzo y el sufrimiento fueran inútiles. A los sesenta minutos de la segunda parte marca el Córdoba en Coruña. El resultado perfecto, hacían falta un par de goles de cualquiera de los dos equipos para que el Elche no dependiera de él mismo. Así que, si hasta ese momento habíamos vivido con un ojo en Lasesarre y otro en Riazor, ya no era así. Mientras no hubiera más goles en Coruña, el Elche ascendía si mantenía el 0-1.

El Barakaldo apretaba y Patxi Iru hizo una de las paradas más importantes de nuestra vida, volando en un balón que ya entraba. Las milésimas de segundo que transcurrieron desde que vi salir el balón rematado hacia la red, sin nada que se interpusiera en su camino, hasta que apareció el guante derecho de Iru despejándolo, me parecieron minutos, horas, días. El balón seguía en el aire su trayectoria descendente, cayendo lentamente hacia la red, y yo veía pasar a cámara rápida por delante de mis ojos, como si fuera a morir, a Paco Nadal, que nos hacía esperar horas interminables los domingos por la noche para ver esos treinta segundos de imágenes borrosas en Canal Nou; a Quini, el que nos cascó tres en Roldán; a Quique Hernández, el que no nos metió en playoff aquel año; a Luis Angel Duque, el que nos humilló en Leganés en aquella otra fase de ascenso aciaga; los campos de tierra; las gradas del estadio vacías; los desprecios de todos los ilicitanos que tenían al Elche por algo menor… todos los fantasmas de las seis temporadas de decepciones y fracasos se me venían encima de golpe. Pero apareció la manopla de Iru y las espantó de un guantazo. Así que cuando el árbitro pitó el final del partido, y el ascenso se consumó, tuve la primera gran alegría que me había dado hasta el momento el fútbol. Ninguno de los anteriores ascensos, ni siquiera el de 1988 a Primera, me produjo tanta felicidad como la que sentía en el viaje de vuelta de Barakaldo aquella noche. Veintisiete años esperando bien la merecían.

Con los vaivenes emocionales que cada aficionado del Elche ha sufrido en sus carnes en los últimos años (el playoff ante el Granada, el ascenso con Escribá, las permanencias en Primera, el descenso administrativo, el descenso deportivo…) probablemente esta promoción de ascenso no sea lo mismo que fue para nosotros aquella. Sería otra subida más en la montaña rusa, y no la tierra prometida después de la travesía del desierto. En cualquier caso, si finalmente se consigue el objetivo, ojalá sirva para estabilizar a la entidad y alejar los negros nubarrones que hoy se ciernen sobre ella.