UN TROPIEZO EN LA RED CARPET

Humildemente, os digo que soy de las mejores

Cristina Birlanga muestra su particular visión de la vida en Onda Cero Elche; no le hagáis mucho caso: tiene cuatro dioptrías y se niega a usar gafas...

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Cristina Birlanga colabora en Onda Cero Elche con su sección 'Un tropiezo en la Red Carpet'. | Onda Cero Elche

Me han preguntado por qué hay un dibujo de mí en esta sección y no una foto. Os lo voy a confesar: porque no hay imagen real que esté a la altura de mi vanidad. Hay tanta diferencia entre lo que me creo y lo que soy que ninguna foto cubre mis expectativas…

Y no será porque la Providencia no me envía curas de humildad pero yo, ni caso. Ni siquiera tengo la excusa de ser la más guay entre mis amigas, o la líder, no. De hecho, he visto el listado de las 100 Mujeres más Relevantes en la Provincia de Alicante y hay ¡¡¡VEINTE!!! que son amigas mías. Y no digo amigas de tomarme un vinito con ellas en un cóctel. No. Amigas de tirarle ese vino a la cara como se pongan intensas. Así de amigas. Pero lejos de asumir mi condición más gris, defiendo que el nivel de esa relación no es mérito de ellas, sino mío porque tengo un Don: he nacido para aplaudir, reconozco el talento, el arte, la chispa y lo celebro como nadie. Reconozco en las personas aptitudes que incluso ellas desconocen que poseen y las imito. Soy el Frankenstein de la amistad: estoy hecha de trocitos de mis amigas.

No me da ningún pudor admitir que muchas de mis capacidades son aprehendidas, ensayadas. Me gusta la gente y creo en la bondad adquirida de las personas evolucionadas. Creo que la indulgencia, la empatía, nacen de la cultura, de la educación, y la practicamos hasta que la asumimos como algo intrínseco de nuestra personalidad. También creo que, frente a tantas virtudes, hay un límite que nos mantiene sanos: soy firme partidaria de fastidiarla de vez en cuando, de tener defectos y regodearnos en ellos. La falta de conciencia de mí misma es mi vía de escape.

Toda mi vida he sido muy, muy tímida. Me sonrojaba (y me sonrojo) con pasmosa facilidad, pero ahora, cuanto más vergonzosa me siento, menos filtro y he descubierto que si suenas sincera y un poco loca, la gente empatiza. Porque todos estamos locos y todos querríamos poder ser sinceros. Hemos llegado a un punto en el que cuidamos muchísimo parecer buenas personas. Nos aferramos a lo políticamente correcto como si nos asustara mostrarnos en un renuncio a los demás. Es mucho más honesto expresar tus filias y tus fobias para que los demás vayan tomando nota y actúen en consecuencia. Porque no somos perfectos, porque hay quien saca lo peor de ti y porque nadie se libra de tener una “tara”, ni mis veinte amigas de entre cien exitosas mujeres, ni yo ni tú que lo estás leyendo.

El ir de puntillas por la vida nos hace perder tiempo: recuerdo cierto día, en el que estaba de guardia y me llamaron del Juzgado para asistir a un señor. Al llegar allí, no localizaban el expediente, así que me dijo la funcionaria: “Cris, sal, habla con él y adelantamos”. Como no teníamos el nombre, me especificó que era un chico alto, con una camiseta blanca. Salí. Oteé. Volví a entrar y le hice notar que había cuatro chicos que respondían a esa descripción. Me contestó: “Lleva vaqueros”. Salí. Entré. Tres de cuatro coincidían. Un poco mosca conmigo, me indica: “Venga, rubia, salgo contigo… Mira, ese es, no es tan difícil”. Una (o sea, yo), le tuvo que recalcar con todo el cariño: “¿Te refieres al negro? ¿Al ÚNICO negro entre veinte personas?”…

Soy una presumida, me creo más evolucionada que ciertas personas, cuido mis formas porque quiero agradar a quienes aprecio y me cierro en banda con aquellos que no soporto (se lo merezcan o no), miento continuamente sobre mi edad: digo que tengo más años de los 47 (casi 48) que realmente tengo para que me digan que no los aparento (mi récord está en 54) y me importa un bledo que el halago tenga como base una falacia y no sea real, porque, en realidad, ha generado una situación amable.

Vamos a ser todos un poquito más sensatos y, sobre todo, más tolerantes, empezando por nosotros mismos. Adornemos nuestros defectos con cariño y hagamos una ventaja de ello. No hay humor sin un toque de maldad. Al fin y al cabo, ser la oveja negra hace que siempre lleves el color adecuado para ir de fiesta…