OPINIÓN | El maestro infiltrado

La importancia del juego libre para el desarrollo de los niños

Han llegado las vacaciones y coincidiendo con ello, José Francisco Michelli y Santiago Soriano, ofrecen una serie de herramientas para convertir el hogar en un espacio lúdico para el disfrute de los niños, más allá de las escuelas de verano

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Santiago Soriano y José Francisco Michelli | Onda Cero Elche

Ya se sienten los treintaitantos grados del verano. A lo largo del curso encontramos a los niños de camino al cole por las mañanas, ahora los vemos cogidos de la mano de alguna abuela, rumbo al Mercado de la Plaza Madrid. Otros, en cambio, van con prisa para llegar a tiempo a alguna de las múltiples ofertas ilicitanas de campamento de verano, que van desde los gimnasios y parques multiaventura, a las escuelas de verano de los colegios, ONG y el propio ayuntamiento.

Sea cual fuere la elección de las familias o lo que puedan, con esfuerzo en muchos casos, o no pagar para garantizarle un espacio de disfrute a sus hijos, no debemos olvidar que la imagen idealizada del verano es la del juego libre: niños pateando pelotas en las plazas y parques, disfrutando de una tarde en el campo o huyendo de las olas cuando acarician la orilla de la playa. En cualquier caso, vivimos en un mundo en el que nuestras actividades están cada vez más programadas, por lo que el jugar libremente se convierte en un anhelo para los más pequeños.

Y es que hay muchos tipos de juego. Por un lado, tenemos el juego guiado, en el que los niños siguen pautas establecidas por los adultos, como ocurre en los campamentos y escuelas de verano. Pero también existe el juego social, en el que los niños comparten entre ellos o con algún adulto: compiten de forma amistosa, hacen representaciones de situaciones vistas en los dibujos, en una película o en alguna historia imaginada por ellos o simplemente juegan con una pelota.

Luego está el juego independiente, en el que los niños juegan solos. Suelen crear historias protagonizadas por sus muñecos, muñecas o animales de peluche, arman puzzles o realizan construcciones. Lo importante, en todo caso, es que los niños tengan la oportunidad de participar en estos diferentes tipos de juegos, que no siempre están garantizados en las escuelas de verano. El papel de la familia y los amigos cercanos, resulta fundamental para hacerlo.

Mientras juegan, los niños aprenden a moverse por su entorno físico y social, y al mismo tiempo imaginan y construyen nuevas realidades. Practican la resolución de problemas, prueban cómo se siente querer y sentirse querido, qué es ser prudente y cómo mantenerse seguros y protegidos. Un estudio descubrió que, neurológicamente, el juego puede estimular a los niños a responder a las situaciones de peligro, enfrentándose a la situación o huyendo, sin activar el cortisol, una hormona que se genera como producto del estrés.

Ben Mardell es un investigador de la Universidad de Harvard, experto en juego y desarrollo y director del proyecto “La pedagogía del juego”. Ofrece una serie de recomendaciones a las familias, sin importar el nivel socioeconómico, para potenciar el juego libre en el hogar. Mardell parte de un punto: vivimos en un mundo cada vez más programado y nos encontramos con que muchos niños “se sienten incómodos cuando tienen la oportunidad de jugar libremente”.

La primera recomendación para las familias es planificar y crear un espacio para el juego. Si los niños pasan mucho tiempo frente al televisor o con los videojuegos, se les dice: “mañana vamos a invitar a tus amigos a jugar” o “vamos a dar una vuelta por el ‘palmeral’ y a pasar un buen rato”, eso sí, sin móviles ni aplicaciones.

El segundo consejo es divertirte con cosas y objetos que tengas en casa, en el campo o en la playa: utensilios de cocina, cajas, cartón, sábanas, herramientas y trastos en general. “En lugar de comprar juguetes nuevos”, puedes pedirle a tu hija que construya

“una máquina del tiempo”, un camping, un castillo “o lo que quiera”. Darles la oportunidad de que elijan cómo se usarán los materiales que tienes en casa, “estimulará su creatividad”.

Estar abierto al riesgo es la tercera recomendación. “Una parte de dejar que los niños jueguen es reconocer que podrían hacerse un rasguño”, golpearse o hacerse un raspón en la rodilla, “y eso está bien”. "Si les haces saber a los niños que confías en ellos para correr pequeños riesgos, es probable que disfruten creando y explorando”. La clave está en no sobreprotegerlos y confiar en ellos.

El cuarto consejo es ser modelo a través de los propios juegos. Debe existir una cultura del juego entre los adultos que pueda servir de referencia a los niños. "Si los niños miran que sus padres o abuelos tienen pasatiempos, disfrutan de un partido” con los amigos o son creativos cuando van de viaje por ahí, entonces es más probable que los niños les imiten.

Muchos adultos recordamos haber jugado con nuestros padres cuando éramos niños y era algo que nos gustaba. Madell dice que “tus hijos quieren jugar contigo”. Por ello, la quinta recomendación es jugar juntos. Construye castillos de arena con ellos o cuéntales alguna historia emocionante. Improvisa una obra de teatro en casa y representa un personaje. “Esa es la belleza del verano y de las vacaciones”, señala Mardell.

Son muchos los beneficios que el juego ofrece a los niños. Por un lado, ayuda al desarrollo intelectual y un ejemplo de ello es como el juego de la construcción potencia las habilidades matemáticas, mientras que contar historias enriquece el vocabulario. Por otro lado, potencia el desarrollo social porque implica escuchar y entender el punto de vista de la otra persona, aspectos clave para desarrollar la empatía, así como compartir ideas, negociar y expresar sentimientos.

Pero el juego también posibilita el desarrollo emocional, especialmente cuando se trata del juego social y del guiado, porque los niños “aprenden a autorregularse” al saber que deben seguir unas reglas, y al mismo tiempo pueden sentir frustración. Con respecto al desarrollo físico, mientras juegan, los niños prueban su fuerza y controlan su musculatura, aprenden de coordinación y experimentan actos reflejos, entre otros muchos aspectos.

Ahora bien, no todos los tipos de juego tienen estos beneficios y de vez en cuando puede ser difícil para un observador externo distinguir el "buen juego" de las burlas o la falta de respeto, cosas que pueden ocurrir y ocurren. En estas situaciones, los adultos deben estar atentos a que se cumplan tres indicadores de cualquier aprendizaje lúdico: elección, asombro y deleite.

La elección consiste en que los niños establezcan metas, desarrollen y compartan ideas, elaboren reglas, negocien desafíos y elijan cuánto tiempo jugar. El asombro está presente cuando los niños exploran, crean, fingen, imaginan y aprenden de la prueba y el error. El deleite se expresa a través de cuánto disfrutan: los niños sonríen, se divierten o, por lo general, se sienten cómodos y a gusto. Estas tres claves indican si están participando en un juego sano.

Este texto ha sido elaborado a partir del artículo Summertime, Playtime publicado en la revista digital Usable Knowledge de la Universidad de Harvard, escrito por Leah Shafer.

Sabemos que muchas de las cosas planteadas pueden resultar bastante familiares, pero nos pareció pertinente traducir la mayor parte de su contenido porque ofrece conocimiento estructurado, basado en la evidencia, que da herramientas claves a las familias para entender la importancia del juego para el desarrollo de los niños.