un tropiezo en la red carpet

Mismamente

Cristina Birlanga muestra su particular visión de la vida en Onda Cero Elche; no le hagáis mucho caso: tiene cuatro dioptrías y se niega a usar gafas...

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Cristina Birlanga colabora en Onda Cero Elche con su sección 'Un tropiezo en la Red Carpet'. | Onda Cero Elche

“Sé tú misma”, ese es el consejo que me ha dado mi hermana cuando le he pedido que me propusiera un tema para escribir. Que sea yo, me pide. Me quiere hundir. Si me hubiera dicho “sé Rita Hayworth”, pues al menos habría visto que se esforzaba en ayudarme.

Mis amigas y mi familia aún tienen esperanzas puestas en mí pero lo cierto y verdad es que soy superficial, como soy rubia, por elección. En este mundo de hoy, en el que pareces obligado a dar la mejor versión de ti yo he llegado a la conclusión de que la mía está en coreano porque no la entiendo. Puedo intuir de qué va, pero no acabo de captarla.

He llegado a un momento en mi vida en el que, como diría mi amiga Marta, lo del crecimiento personal se convierte más bien en el deseo de crecimiento “pechonal” (pero la genética es canalla). Se me da fatal esto de la autoayuda, de tender a la excelencia. Ya va siendo hora de asumirlo. Y de que lo asumáis vosotros, que a mí el estrés de estar a la altura de las expectativas me está haciendo plantearme la posibilidad de pedirme tilas en lugar de cervezas. Y yo, mira, por ahí no paso.

Cuando yo era pequeña tenía un juego de maquillaje de La Señorita Pepis. Podías maquillar a tu antojo una careta (tipo Viernes 13 pero sin agujeros) y lo disfrutaba como loca, esencialmente porque yo no tenía edad para maquillarme a mí misma. El juego quedó olvidado el primer día que me puse máscara de pestañas, aunque se me emborronara y pareciese un soldado americano en Vietnam. Porque era mucho más auténtico. Creo que estamos inmersos en el Siglo de La Señorita Pepis. Estamos jugando a vivir y se nos da de maravilla en nuestra imaginación. Lo malo es que ya tenemos una edad y, sobre todo, posibilidades de vivir de verdad a pesar del riesgo de los borrones.

Así que he decidido ser el paradigma de la imperfección, reivindicar mis grandes errores, reírme de ellos. Y no os creáis que no tiene su utilidad: recuerdo un día en el que me había levantado muy temprano porque tenía un juicio complicadísimo, señalado casi por sorpresa y quería dejarlo bien estudiado con un último repaso. Mi hijo pequeño, Ariel, tras despertarse, entró a verme al despachito de casa, donde me encontraba. La imagen que se encontró fue la de su madre, con el pelo medio recogido con un lápiz, rodeada de papeles y libros, con una manta con forma y color de rana por encima de los hombros, las piernas cruzadas arriba del sillón, un Red Bull en la mano, picoteando de un brownie y hablando sola... Se quedó mirando y, sin un "buenos días" que suavizara el agravio, me dijo tranquilamente: "Mamá, como buen ejemplo eres una birria. Ahora, como advertencia no tienes precio...". Mismamente.