La verdad está ahí afuera
Cristina Birlanga muestra su particular visión de la vida en Onda Cero Elche; no le hagáis mucho caso: tiene cuatro dioptrías y se niega a usar gafas...
A Santa Juana de Arco nunca la he visto yo muy santa. Virgen sí, la verdad, pero santa nada. Hasta que me he dado cuenta de que no se le beatificó por su lucha y sus conversaciones con Dios (eso es cobertura y no lo de Movistar) sino por conseguir que todo un ejército de hombres con la testosterona en perpetuo festival de Woodstock la siguieran en algo de lo que “ellos sabían más”…
A ver, chicos, que yo os quiero mucho pero hemos de reconocer que, en vuestro género, se produce el curioso fenómeno de “como creo que lo sé, no lo compruebo, no pregunto, no pido ayuda… a pesar de que las evidencias de mi equivocación vayan vestidas de mañas y estén bailando una jota”, en una proporción mucho mayor que entre las féminas.
Volvía un día tan feliz de trabajar cuando mi coche empezó a tener personalidad propia, primaveral e indecisa, cual margarita: ahora me muevo, ahora me paro. Valoré la posibilidad de que sus caballos tuvieran alma de Feria de Abril (Nuretina, Olga Martínez-Bordiu, esto va por vosotras) y la expresasen haciendo cabriolas. El humo que salió del motor apresuró mi respuesta al problema, así que paré el coche en medio del carril bus y, como soy rubia pero tengo móvil, llamé al seguro para que me enviara una grúa.
Elche, las tres de la tarde, 29 grados, una que se había levantado cuando el día no ha decidido su clima y llevaba ropa calentita (literalmente, no de la que genera miradas lascivas)…. El señor de la grúa que me llama y me pide la ubicación. Yo que me la sabía: Avenida de Alicante, número 25. “Tardaré veinte minutos”, me asegura. Tras más de media hora plantada al sol, donde hubo tres paradas de coches de policía, veinte gestos de perdón a los autobuses que se tenían que desviar por mi causa, charla con amiga que iba al gimnasio, encuentro con un amigo que pasaba por allí, cotilleo con un señor que estaba en una terraza cercana y seguimiento exhaustivo de la rutina de un hormiguero en la acera, me telefonea el esperado:
Grúa: Estoy en Avenida de Alicante, 25.
Yo: En Avenida de Alicante, número 25 estoy yo y estoy sola (las hormigas no contaban).
Grúa: Señora, le aseguro que estoy en avenida de Alicante, 25. Será usted la que esté mal situada.
Yo: ¡¡Señor, estoy tan mal situada que estoy en medio de la calle así que, si usted no me ve, debe ser porque está en cualquier otro sitio menos en la Avenida de Alicante, 25!! Por favor, mire bien el número de la calle…
Grúa: No tengo que mirar nada. ¡¡¡Le juro que estoy en Avenida de Alicante, 25!!! (La profusión de signos de exclamación indica el elevado tono de voz, por si hay dudas)
Yo (con mi acento más suave y seductor): Escuche, no vamos a solucionar nada así. Si está tan seguro de su ubicación tendremos que enfocar el problema desde otra óptica: repase el recorrido que ha hecho hasta llegar donde está, concéntrese en cualquier anomalía porque ya le digo yo que, en algún momento, ha entrado usted en un bucle espacio-temporal que le ha llevado a un Universo Paralelo… Así es posible que esté usted en Avenida de Alicante, 25, como yo pero, desde luego, ¡¡¡no al mismo tiempo que yo!!!
Grúa: Estoy en el número 5…
Yo: Véngase p´acá….
He de reconocer que todos hemos hecho eso alguna vez: empecinarnos en defender una verdad que, al ser errada o simplemente cambiante (seguro que si el señor de la grúa permanece allí unos cuantos lustros, acabará dejando de estar en Avenida de Alicante, nº 5 para estar en algo parecido a ‘Calle de la Wifi Eterna, nº 5’, no nos trae más que problemas. Yo pasé por una época de mi vida en la que tuve la fortuna de haberme visto obligada a replantearme todas mis certezas, a descubrir que son versátiles, que mi meta había cambiado y que, en lugar de ir revoloteando hacia la nueva, deleitándome en los colores, haciendo círculos innecesarios pero divertidos, iba como un toro en línea recta hacia un objetivo que ya no me iba a hacer feliz.
Evolucionamos, afortunadamente, y donde antes necesitaba resultados, ahora quiero mil experiencias locas que me lleven a mil certezas, unas lógicas y otras extrañas, sólo para que muten y me abran horizontes a otros mil resultados diferentes…
Hoy sé que, a mí, el Red Bull me da cariño, que mi amiga Rosy no tiene WhatsApp, que mi hijo confunde a Cervantes con Velázquez pero no a Velázquez con Cervantes y que estoy preocupada por la carrera musical de Juan Pardo. Y estas cuatro verdades como puños en las que hoy creo, mañana pueden haber dejado de serlo, mañana pueden ser otras. Igual que yo. Y me encanta.
Terry Pratchett decía: “La verdad quizá esté ahí fuera pero las mentiras están en tu cabeza”…. Vamos a mirarnos y ser consecuentes con lo que sabemos en cada “ahora” y no con lo que sabíamos ayer. Divirtámonos mientras descubrimos el cambio inconsciente en nosotros. RESINTONICÉMONOS… y bailemos con nuestra propia música (yo con tacones).