un tropiezo en la red carpet

Mi vida (sin)domestica(r)

Cristina Birlanga muestra su particular visión de la vida en Onda Cero Elche; no le hagáis mucho caso: tiene cuatro dioptrías y se niega a usar gafas...

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Cristina Birlanga colabora en Onda Cero Elche con su sección 'Un tropiezo en la Red Carpet'. | Onda Cero Elche

Hay a quien le toca la Primitiva y a mí me ha tocado el Primitivo… Pero primitivo tipo Khal Drogo (fuerte, resoluto, inteligente y un espectáculo), lo que me convierte a mí, en Daenerys. Y he de decir que, en este mes que llevo casada, me he ganado casi todos sus títulos: me he convertido en Madre de Dragones. Bueno, de tres dragones y una lagartija (veremos en qué evoluciona, como los Pokemon). Siempre he sido Rompedora de Cadenas: nunca las reenvío ni por WhatsApp ni por Facebook. Soy la Señora de las Tormentas: los dramas en mi casa los empiezo y los acabo yo, que todo lo vivo. Y, sobre todo, soy La que No Arde porque, si con la ebullición interna de tanto sentimiento encontrado no he entrado en combustión, es que tengo superpoderes.

Hubo conocidos que, al enterarse de mi inminente matrimonio, en un alarde de tacto, me preguntaban “Pero, ¿por qué te casas?” A todos les contestaba lo mismo: “Porque puedo”. Y puedo, no porque tuviera con quien y ese “quien” fuera perfecto para mí (que también es importante) sino porque no era necesario. Eso es el famoso empoderamiento en mi mundo: puedo porque no hay nada que me empuje a ello salvo mi absoluta convicción de querer hacerlo. También hubo quienes, con un poco más de sentido común que los anteriores, me preguntaron por la opinión de mis hijos. Para eso también tengo respuesta: yo, a mis hijos, no les he consultado, les he informado. Y mal los habré educado si, con 20 y 17 años, no me comunican la existencia de algún problema con ello. De momento, lo peor que me han dicho, ante las cenas que prepara mi maridito, ha sido: “Mamá, esto es comida equilibrada y no entrar en el salón con la bandeja de la cena precocinada sin que se te cayera nada, como querías hacernos creer”.

Reconozco que soy afortunada y que Alejandro es un experto donde yo no me entero de nada y al revés. Él es práctico y pasa la mesa del comedor a la salita porque está más cerca de la cocina. Yo nunca me acuerdo de dónde está la cocina. Él es literal y yo exagerada: si digo que tengo 8.000 mensajes en el móvil, se asombra, lo mira y luego me reprocha que, en realidad, sólo tenga 127. Yo soy romántica y él considera una noche neoyorkina pasar frío en un parque alrededor de un bidón con leños (vale, era una fiesta muy divertida en Novelda pero glamourosa, no tanto). De todas formas, no debo quejarme, no me ha engañado con sus detalles jamás y, de hecho, recuerdo un día, a los pocos meses de comenzar a salir que nos fuimos a comer, con su hijo pequeño, tras un juicio. Allí estaba yo esplendorosa, hecha un pincel y mi Khal, en bermudas de camuflaje y camisa hawaiana… Al volver a casa, nos sentamos los tres en el jardín, frente a una fila de palmeras frondosas. En ese momento de paz y tranquilidad, me dijo: “Si nos mantenemos callados, verás pasar las ratas por las ramas”. Una, que se queda callada pero por la sorpresa. Dos minutos de absoluto silencio. Los tres. Entonces, se levanta diciendo: “Voy por la escopeta de balines porque si les disparamos, vienen menos durante días”. Así que, de repente, me veo el cuadro: mi maridito y sus bermudas de camuflaje agarrado a la escopeta, yo con mis lentejuelas y el adolescente anotando mentalmente el momento. Obviamente, tuve que tomar cartas en el asunto y le dije: “Mira, cariño, parecemos una familia del profundo sur americano…” Sin dar pie a réplica, le indiqué a su hijo: “Es mejor que subas a tu habitación porque prefiero que veas porno a que pienses que cazar ratas a tu chica es romántico”… Pero lo es. En realidad todo es romántico entre nosotros porque me deja ser rara y porque él no deja de ser raro. Me fascina que seamos diferentes y que no me entienda la mitad de las veces. Me libera la conciencia cuando yo no lo entiendo a él. La mayoría va por el mundo esperando encontrar a alguien que se le parezca como si ellos fueran fantásticos y no meros mortales, cuando lo divertido es tropezarte con gente que te dé nuevas perspectivas y que sin que les sea posible razonar tus actos, te acompañen porque sí, porque pueden.

Una vez me dijo mi hijo Ariel: “Mamá, deja de quejarte por creerte una madre incomprendida y alégrate de ser una madre incomprensible”. En eso está la esencia que nos define y que atrae, en lo inexplicable.