Los primeros Homo sapiens favorecieron el establecimiento de las águilas perdiceras en la zona del Mediterráneo. Fue hace 50.000 años. Así lo concluye un estudio en el que han participado investigadores de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche, que ha desentrañado la historia ancestral de esa ave.
El trabajo apunta a que cuando el águila perdicera se estableció en el Mediterráneo ya había otras aves como el águila real: “Los análisis genéticos confirmaron que, alrededor del último máximo glacial, la población mediterránea de águila perdicera debió estar formada por pocos ejemplares”, ha explicado Eva Graciá, profesora de Ecología de la UMH Eva Graciá que también ha revelado que “esa población ancestral de águilas perdiceras fue prosperando a medida que la temperatura en la cuenca mediterránea subió y la población humana creció y se hizo sedentaria”.
Además, el estudio considera que los primeros pobladores europeos de la especie Homo sapiens desempeñaron un papel clave ya que el águila real es menos tolerante hacia los humanos que el águila perdicera. En este sentido, los investigadores plantean que el águila perdicera no pudo haberse establecido en el Mediterráneo con anterioridad a la llegada de los primeros Homo sapiens porque la presión competitiva ejercida por el águila real y otras especies “sería entonces demasiado asfixiante”.
Sin embargo, añade el informe, la ventaja que supuso en su día para el águila perdicera el vivir en cercanía con los humanos “se ha vuelto hoy día en su contra”, con un futuro “comprometido” por la “imparable intensificación” de las actividades humanas en el medio, que se traduce en mortalidad en tendidos eléctricos, escasez de presas y molestias en los lugares de nidificación, entre otras amenazas: "La conservación de especies amenazadas como las grandes águilas se beneficiará de los conocimientos derivados de los procesos ecológicos a gran escala espacial y temporal", ha afirmado Toni Sánchez, catedrático de la UMH que también ha participado en un trabajo liderado por investigadores de la Universidad de Granada (UGR) y en el que se ha implicado tanto la Universidad Complutense de Madrid como especialistas portugueses.
El primer autor del estudio ha sido Marcos Moleón, profesor del Departamento de Zoología de la UGR.