Hoy con Leleman venía pensando en… eso de ser un “one club man”. Que hoy en día ya no es que se lleve mucho en el mundo del fútbol.
Y no se lleva porque hace tiempo que el fútbol se convirtió en un negocio. Ese romanticismo en el que un futbolista decidía que su club, el que se crio de pequeño, se convirtiera en su equipo para toda la vida, ha pasado a la historia. Pocos Gerrads, Julen Guerreros, Tottis o Albeldas quedan hoy en día. La seducción y el poder del dinero es casi siempre superior a la del sentimiento.
Por eso me flipa lo de Gayá. Que un jugador de su calidad haya decidido pasar su carrera futbolística en el Valencia sabedor que fuera ganaría no solo más dinero sino más títulos, es digno de ser alabado. Su sentimiento está hecho a prueba de bombas, de billetes. Incluso en los peores momentos, esos en los que se sentía frustrado de ver como su equipo navegaba por la más absoluta mediocridad, su deseo siempre fue quedarse en el Valencia. Es el capitán, pero de verdad.
Y recordaba aquel reportaje de Super cuando con apenas unos pocos partidos en el primer equipo, mostraba las sábanas de su cama. Eran las de Valencia. Las de ese equipo que le hacía recorrer cientos de kilómetros, desde Pedreguer hasta Paterna, con el sueño de jugar un día en Mestalla.
No sé si Gayá imaginó por aquel entonces en lo que se llegaría a convertir con el paso del tiempo. Lo dudo. Posiblemente gane menos títulos que otros que han pasado por el Valencia, o menos dinero pero nadie le quitará jamás el respeto, el cariño y la admiración de una afición que ve en Gayá ese “one club man” que nunca, ni en los peores momentos, les dejará tirados…