Hoy con Leleman venía pensando en… Toni Lato.
El domingo por la noche tocó el cielo en Mestalla. Hacía mucho tiempo que no veía a un futbolista celebrar un gol del Valencia con tanta rabia, con tanto sentimiento. Por un momento pareció que quería detener el tiempo y quedarse celebrando eternamente con la Curva Nord el precioso gol que había marcado. Fue una noche mágica para él: marcar, abrir el camino de la victoria y lucir el brazalete de capitán de su equipo, ese que lleva en el corazón de bien pequeño.
Y yo me alegro por él. Mucho. Dice quien le conoce que es un futbolista humilde y muy querido dentro de ese vestuario. Y es de esos a quien nadie le ha regalado nada. Las lesiones y las cesiones junto con tener por delante a uno de los mejores laterales izquierdos del mundo, Gayá, quizá le han impedido tener más noches como la del domingo. Pero Lato nunca se rindió y por eso él más que nadie merece vivir un momento de éxtasis como el del domingo en Mestalla.
Mi primera noticia de Lato fue con el juvenil donde jugaba junto a Carlos Soler. Rubén Baraja era el entrenador de aquel equipo y dada mi amistad con el Pipo decidí ir a verle algunos partidos. Me asombró un lateral izquierdo menudo, rubio, con velocidad y desborde. Por el apellido, Lato, me pareció que sería extranjero y le pregunté a Baraja. Entre risas me dijo… pero si es el sobrino de Vicente Latorre, leyenda del levantinismo. Desde ese día he seguido su trayectoria.
Y como sé que no lo ha tenido fácil todos estos últimos años, no sabéis lo feliz que me hizo verle hacer esa obra de arte en Mestalla. Lato es de los que siente el escudo, su Valencia, de los que lo ha mamado desde pequeño. Tal vez ya solo por eso merecía escuchar su nombre coreado por el graderío de Mestalla. La del domingo… fue la noche en Mestalla que siempre soñó Lato…