Hoy venía pensando en… cambiar cosas.
Hemos llegado ya al mes de diciembre. Se acerca la Navidad. Y en un visto y no visto han pasado ya más de cuatro meses desde que arrancara el campeonato. Y para el Valencia, la vida no cambia.
Desde que empezara allá por el mes de agosto hemos sido conscientes que el objetivo, una temporada más, es el de mantener la categoría. Atrás ha quedado aquel Valencia que peleaba por ligas o por jugar la Champions. Lim ya se ha encargado todos estos últimos años en borrar de un plumazo todos esos bonitos recuerdos para sumirnos en una auténtica depresión deportiva. Y no vemos la luz a la salida del túnel. Un túnel, una pesadilla que dura ya muchos años.
Pero lo de esta campaña es aún más preocupante que lo de las anteriores. El Valencia en cuatro meses no ha salido del descenso y ha estado incluso varias jornadas como colista. Llevamos todo este tiempo buscando tres equipos peores que nosotros y a día de hoy es muy difícil encontrarlos. Corremos el riesgo, si es que no está sucediendo ya, de acostumbrarnos a perder.
¿Qué es acostumbrarse a perder? Muy fácil. Acostumbrarse a perder es que cuando pierdes no pase nada, que nada cambie. Es ese sentimiento que da por hecho que lo normal es que vayas a perder y acabes rendido a ello como asumiendo que no se puede hacer nada.
Pues sí se puede y con la mitad del campeonato por delante, aún más. Porque en un equipo de fútbol normal y ante las circunstancias actuales del Valencia se intentaría aprovechar el mercado de invierno para mejorar la plantilla, para reforzarla y salir del pozo. Pero por desgracia este no es un equipo de fútbol normal. Aquí manda un déspota desde 15.000 kilómetros de distancia y cada día tengo más claro que su verdadero objetivo es que no salgamos nunca del pozo…