Hoy venía pensando en… la mala salud económica del Valencia.
Ayer conocimos las cuentas que se presentarán el próximo 14 de diciembre en la Junta General de Accionistas. Y son preocupantes si lo que queremos es ver a un Valencia compitiendo en lo deportivo con los mejores. Esas cuentas ya auguran dos o tres años más de sacrificios. En cristiano… dos o tres años de apretarse el cinturón… nada de inversión hasta no convertir al club en un equipo sostenible.
Es evidente que hay un antes y un después de junio de 2019. Y no solo por la pandemia. Lo hay porque ese fue el momento en que un señor llamado Murthy con el beneplácito de Lim decidió cargarse un proyecto en continuo crecimiento desde hacía dos años. Aquella plantilla era cara, sí, pero lo era porque podía serlo. Y podía serlo porque durante dos temporadas había conseguido clasificarse para Champions lo que suponían 60 millones cada año. Borrados del mapa por una nefasta gestión deportiva no quedaba otra que reducir costes. Y si reduces costes, reduces potencial deportivo y dejas de crecer. El Ferrari lo puedes tener mientras tengas un trabajo que te permita pagar su mantenimiento. Si eres un desastre y te quedas sin trabajo… a cambiar el Ferrari por un utilitario.
Y eso le ha pasado a Lim por la mala gestión de estos últimos años. Es la pescadilla que se come la cola. Si no gastas es difícil que vuelvas a competición europea, y si no vuelves a competición europea es difícil que puedas gastar. Entiendo que se quiera el equilibrio, la sostenibilidad. Pero también hay que analizar el porqué se ha llegado a este punto.
Así que el Valencia lo fía todo a los ingresos extraordinarios que le pueda suponer el nuevo Mestalla. Lo de conseguirlos a través de competiciones, europeas, ni se contempla mientras se tenga que seguir reduciendo el coste de plantilla y el dueño no quiera poner ni uno más de los que ya ha puesto. Si fuera una fábrica de tornillos, nos daría igual… pero siendo fútbol… las cosas se ven de manera bien distinta.