Un auxiliar de enfermería de una residencia de personas mayores se enfrenta a nueve años de cárcel acusado de un delito continuado de abuso sexual durante cuatro años a una de las usuarias, que sufría alzhéimer, aprovechando los momentos en que iba a la habitación para prestarle cuidados, en un centro de la provincia de Valencia.
La mujer, que tenía 55 años cuando ingresó en el centro y ya ha fallecido, sufría de un alzhéimer con un gran deterioro cognitivo que le impedía presentar un consentimiento válido para mantener relaciones sexuales. El acusado se ha negado a contestar ninguna pregunta, ni siquiera a su defensa, en el juicio que se ha iniciado este martes en la sección cuarta de la Audiencia de Valencia.
Los hechos, según el relato provisional del fiscal, sucedieron entre 2015 y 2019 cuando el acusado, que tiene antecedentes penales, trabajaba como auxiliar de enfermería en la residencia y para "satisfacer sus más reprochables instintos sexuales, a sabiendas de que la interna estaba aquejada de alzhéimer con importantes limitaciones cognitivas y de voluntad y que necesitaba cuidados porque no podía valerse por sí misma, aprovechaba la excusa de tener que cambiarle el pañal o asearla para encerrarse con ella bajo llave en el aseo de la habitación y mantener relaciones sexuales completas".
El hijo de la víctima ha corroborado en el juicio que cuando su madre ingresó en la residencia ya no estaba en condiciones de valerse por sí misma y precisaba de cuidados de especialistas. Ni siquiera sabía en qué día de la semana se encontraba. Ha relatado que el primer conocimiento que los abusos que sufrió su madre fue a raíz de un Whatsapp que le envío su tía advirtiéndole de que "alguien dentro de la residencia le estaba tocando".
SEÑALARON A OTRO USUARIO
Acudieron al centro a pedir explicaciones y les señalaron que el autor de los tocamientos había sido uno de los usuarios, una persona mayor que ya no estaba en la residencia y les garantizaron que el asunto estaba "solucionado", y dieron por "zanjado" el tema. Sin embargo, a los dos años la Policía Judicial les informó de que habían abierto una investigación y "ahí fue cuando nos enteramos". "La residencia ya sabía que había pasado algún incidente, y no tomaron medidas", ha recriminado.
A los tres días sacaron a su madre del centro, en cuanto tuvieron autorización de la Policía, y en ese momento "ya casi no comía" y estaba "muy retraída". Cuando se le acercaba un hombre "solo decía 'hijo de puta', 'déjame', sueltáme'". Sin embargo, en la primera semana en que estuvo en una nueva residencia engordó nueve kilos. "Ahí le daban mucho cariño y se notaba", ha recalcado.
Del mismo modo, la trabajadora que comunicó los presuntos abusos a la Policía ha explicado --protegida tras un paraban-- que tuvo conocimiento de los hechos a raíz de la comunicación de otro usuario --un hombre de unos 55 años que estaba ingresado porque no podía andar por ser diabético, pero que no tenía ningún trastorno y que ya ha fallecido-- que le dijo que la víctima estaba llorando y que se la había llevado el acusado para "abusar de ella o violarla". "Y me preguntó si yo también me iba a hacer la tonta", ha señalado.
Entonces se lo comunicó a la jefa de auxiliares y otras dos compañeras pero una le dijo que "mientras el día 1 tengas esto lleno, calla y a trabajar", otra hizo un gesto como diciendo "déjame", y la tercera le pidió que no le metiera "en líos".
Ha contado que a la hora de la cena la víctima no estaba --no podía caminar sola-- y el acusado tampoco pese a que en ese momento debían estar presentes todos los trabajadores en el comedor. Fue a buscarlos a los cambiadores y a los baños, donde podía estar, y no los encontró y se dirigió a la habitación de la interna, que estaba con la puerta cerrada. Llamé y nadie contestó. A los dos meses dejó la residencia porque no podía "aguantar más" la situación y "fui donde tenía que ir". Denunció los hechos.
TESTIMONIO DE LA COMPAÑERA
Asimismo, el presidente de la sala ha leído la declaración de la compañera de habitación de la víctima como prueba preconstituida, en la que la mujer --que sufre una parálisis cerebral infantil pero tiene perfectas sus funciones cognitivas y podía expresarse correctamente escribiendo con un teclado del móvil-- declaró que el acusado se llevaba a la víctima al baño y escuchó "muchas veces gemidos sexuales".
El auxiliar cerraba siempre el baño, algo que "no era normal" y "la mujer salía con una actitud mala". "Ella no le pedía ir al baño, era él quien la llevaba", según la declaración leída de su compañera, que afirmó también haber comunicado los hechos a cuatro trabajadores.
El supervisor ha negado que ningún trabajador le comunicara los hechos. "Yo nunca supe nada, si no hubiera tomado medidas", ha asegurado. Del mismo modo, otra de las trabajadoras también ha negado conocerlos hechos: "Yo nunca supe lo que estaba pasando". Ha afirmado además que cuando a la víctima "algo no le gustaba se ponía nerviosa y decía que no con la mano" y que ella no le vio "nunca exteriorizar ese disgusto cuando se acercaba el acusado".
El informe forense de 26 de octubre de 2019, ratificado en la vista por las peritos, concluye que la mujer sufría una enfermedad degenerativa le afectaba a la capacidad cognitiva y volitiva necesarias para presentar un consentimiento válido para mantener relaciones sexuales. Una de las perito que la exploró ha declarado que la mujer era una persona "muy manipulable" y que realizaba todo lo que se pedía y que era "incapaz" de responder a las preguntas.
Preguntada por si estaba en condiciones de quejarse, ha señalado que cuando se le practicó una exploración ginecológica sonrió, lo que "supone disonancia importante" porque no es un comportamiento habitual en esa situación. En la exploración vaginal no se le apreció lesiones ni se encontraron restos biológicos.