Una guerra deja mil historias. Una mezcla entre el horror de las bombas y el de quienes sufren esta tragedia. Una crónica que se puede narrar en primera o en tercera persona. Manuel Lorenzo la ha vivido de cerca. Hace una semana acudió a una manifestación de ucranianos en la Vega Baja y casi sin tiempo para hacerse una coleta se subió a una furgoneta para captar imágenes de esta maldita invasión de Rusia a Ucrania. “En diez minutos me hice una maleta para ir a una guerra”, reconoce. Así se escribe su historia.
Lorenzo soñaba de adolescente con ser paracaidista y terminó dedicándose a la fotografía. Del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC), unidad de Operaciones Especiales del Ejército del Aire, heredó la decisión para apuntar a través de cualquier objetivo. Este ha sido su tercer conflicto bélico, al que su empuje le llevó a alistarse a la cobertura informativa: “Fui a una manifestación de ucranianos y me presentaron a una gente que estaba llenando una furgoneta de milicianos voluntarios para ir a luchar por su país, cargados de ayuda humanitaria. Me dieron una hora para decidirme y me fui echando hostias a mi casa; tardé diez minutos en coger mis cámaras y cuatro cosas para cruzar Europa”, recuerda.
Un viaje en furgoneta de 3000 kilómetros en 35 horas
El viaje en una furgoneta, con nueve personas, recorrió tres mil kilómetros a través de España, Francia, Alemania, República Checa y Polonia, por cuya frontera entró en Ucrania. “El traslado fue a piñón, parando sólo a mear, tomar un café, comer cualquier cosa y a seguir”, asegura. Después de 35 horas de carretera llegó a Lviv, ciudad ucraniana desde la que refugiados de Kiev, Jarkov y Donetsk intentan salir hacia otros países del continente. “El conflicto está, sobre todo, en Kiev y en Jarkov, donde es imposible entrar porque todo está cercado. Quien lo cubre es gente que ya estaba dentro o ciudadanos que tiran de móvil”, explica.
Ahora ya está de regreso a casa, con una mochila cerrada con dramáticos recuerdos y sus cámaras cargadas de imágenes que han visto la luz a través de la Agencia EFE. Su trabajo se ha centrado en el drama humanitario vivido con el éxodo de miles de ucranianos que han tenido que abandonar sus hogares: “Es la consecuencia de la guerra. Gracias a una familia ucraniana he podido moverme con libertad por la hot zone. En Lviv había, sobre todo, mujeres y niños; a los hombres los están mandando al frente, a la guerra”.
Su tercer conflicto bélico, tras Senegal y el Sáhara
El de Ucrania es el tercer conflicto bélico de Lorenzo, cámara en mano. Los otros dos fueron en Senegal, hace dos años, y en el Sáhara, no hace muchos meses. Como miembro del EZAPAC prestó servicio en los Balcanes y Ruanda. Desprecia el horror humano, aunque su objetivo debe mantener la frialdad de un profesional obligado congelar la imagen del drama. “En Senegal y en el Sáhara la situación era más ruinosa y peligrosa. Las armas no eran tan modernas, pero allí sentías que en cualquier momento te la podían liar por la calle. En el Sáhara se cruzaban morteros marroquíes con cohetes saharauis. También había toque de queda, como en Ucrania, y si pillaban a un reportero, te metían en un lío: secuestros, torturas, apuñalamientos… La inseguridad era brutal; en cualquier sitio te podían pegar un tiro”. “Cada conflicto es una película y esta es una guerra moderna”, precisa.
Toque de queda de seis de la tarde a la seis de la mañana
A Manuel Lorenzo, nacido en Dolores hace 47 años, le ha asombrado la relativa ‘normalidad’ que ha palpado en las calles de Ucrania: “La vida, en apariencia, es normal salvo por algunas carencias de suministro y, claro está, porque de vez en cuando te cae una bomba. Los ucranianos conducen adelantando a los tanques, como si no pasara nada”. Durante las horas de sol se puede salir a la calle, con un toque de queda de doce horas de seis de la tarde a seis de la mañana. En ese tramo, “hay que encerrarse en casa, con las luces apagadas o todas las persianas bajadas”. “La vida en el Sáhara, de verdad, era más dura y está al lado de España, aunque nadie se quiera fijar en ella”, insiste.
Aglomeraciones en los trenes para salir a Polonia
En Ucrania, la gente se aglomera en las estaciones para abandonar el país. Sobre todo, con destino a Polonia, por donde Lorenzo entró y ahora acaba de salir en un tren de refugiados para regresar a casa. En las calles destaca la presencia de la Policía y el Ejército: “Todo está colapsado por controles en la ciudad y en la carretera porque hay infiltrados rusos que se cuelan haciéndose pasar por ucranianos”. En cualquier esquina, una reyerta, lanzamiento de cohetes o disparos. “Tanto en Lviv como en Kiev, te dedicas a dar vueltas con tu cámara a la espera de que pasen cosas”, explica.
Mientras desde la capital llegan noticias del asedio ruso, en el resto de Ucrania la gente se dedica a colaborar transportando las ayudas humanitarias que llegan desde el resto de países de Europa, a realizar improvisados cursos de primeros auxilios o de cómo usar un arma. El silencio abraza a la población cuando se escucha el ruido del enemigo: “Cuando pasan los aviones, se apagan las luces y entonces sabes que te puede caer una bomba”.
Pérdida de calidad informativa y la telebasura
Por último, Manuel Lorenzo lamenta “la pérdida de calidad informativa” que se ha vivido en este conflicto bélico. “Da para reflexionar y hablar largo y tendido”, critica. “Hay gente capaz de traicionar a un residente por un minuto de telebasura. ‘Profesionales’ inconscientes que delatan posiciones militares para enviar, como sea, unas imágenes”, reflexiona. Son las consecuencias de la otra batalla: la de las prisas y la del todo vale, como por desgracia pasa en la guerra.