A Domingo le gustaba definirse como un “pesimista alegre” porque sus amigos siempre le decían que lo veía todo negro pero, a pesar de todo, siempre estaba contento. Deja un hueco enorme en la vida de muchas personas porque, antes que escritor, era un gran amigo, un padrazo, un hijo siempre presente y un compañero de vida que tenía muy claras sus prioridades: el amor de los suyos antes que la literatura.
Entendía la escritura como un oficio de artesanía, como un artesano que cuenta historias despacio y que habla de personajes emocionados. Así, a fuego lento, creó a Leo Caldas en 2006 con la novela 'Ojos de agua' y con él puso a Galicia y a su querida ría de Vigo en las manos de cientos de miles de personas en todo el mundo. Él no lo sabía, pero estaba inaugurando lo que acabaría siendo el boom de la novela policíaca en Galicia.
Tuvo un silencio literario de diez años, entre la publicación de 'La playa de los ahogados' en 2009 y 'El último barco' en 2019. Una década en la que lo personal eclipsó lo literario porque perdió a su padre. Estaba muy unido a él y esa emoción de la perdida fue la que lo acompañó en el proceso de escritura de la última entrega de Leo Caldas. Una novela llena de relaciones entre padres e hijos y llena de amor, porque Domingo Villar estaba arañado por dentro tras la muerte de su padre.
Confesaba en una entrevista en Onda Cero que se encontraba en un momento emocional en el que los padres dejan de ser refugio y pasan a ser un motivo de preocupación. Justamente ahora se encontraba en Vigo cuidando a su madre.
Quedamos huérfanos los lectores y amigos. Bea, Tomás, Mauro y Antón, el corazón de todos los que queremos a Domingo Villar está con vosotros.