Esta semana, Luna Ki, una de las aspirantes a representarnos en Eurovisión, publicó un mensaje desde 2034 en el que anunciaba su retirada del Benidorm Fest por no poder usar el Auto-tune. Y hemos vuelto a vivir el enésimo debate sobre un asunto que ya tiene sus años: el eterno conflicto entre apocalípticos e integrados.
El Auto-tune fue un invento de Andy Hildebrand, un ingeniero californiano que después de haber desarrollado varios sistemas para la detección de petróleo a partir del análisis del sonido, decidió dedicarse al mundo de la música, presentando su invento en el año 1996. El aparato era una herramienta de post-producción que permitía corregir la afinación vocal; el Photoshop de la música, para entendernos. Al parecer se estuvo usando discretamente hasta que en 1998 llegó Cher, que en lugar de perfeccionar su afinación decidió utilizarlo para provocar las llamativas distorsiones que ahora nos son tan familiares. De hecho, se ha convertido en el sonido de una generación y ya no se puede entender el trap ni el reggaetón sin él.
Y aquí está el dilema; están los puristas que creen que se trata de una trampa de aquellos que no saben cantar y la postura de los que piensan que no es más que una herramienta, un elemento creativo más. Yo estoy más cerca de esta última.
Si Eurovisión fuera un concurso en el que únicamente se premiara el virtuosismo vocal me parecería bien que se prohibiera. Pero no es el caso. Guille Milkyway dijo en alguna ocasión que “el autotune es hoy lo que fue el pedal ‘wah-wah’ para Jimi Hendrix”, y nadie le acusó de no saber tocar.
Texto e idea: Tatiana Tereshkova